DESVIACIÓN Y
CONTROL SOCIAL
GELLES, Richard
J. y LEVINE, Ann. Introducción a la sociología: con aplicaciones a los países
de habla hispana. México: Mc Graw Hill, 1996.
Los delitos de todo tipo parecen estar
en aumento y algunos, como el tráfico de drogas, están cobrando dimensiones
internacionales. Por otro lado, el miedo a ser víctima de un delito también
aumenta, lo que explica por qué en muchos rincones del mundo se están
endureciendo las penas. En nuestros días, las cuestiones relacionadas con la
delincuencia constituyen uno de los principales caballos de batalla en las
confrontaciones electorales y por lo general, el mensaje unánime es que hay que
endurecer las medidas para combatirla. En muchas partes del mundo, el problema
de la delincuencia ha pasado a un primer plano.
En este capítulo se presentaran algunas
de las muchas cuestiones relacionadas con el control, el delito y la
desviación. Se intentará trazar un retrato global del delito y la desviación.
Se analizará la naturaleza cambiante del proceso de control social, un fenómeno
que se extiende de manera creciente en la sociedad moderna. También se examinará algunas de las razones
que explican el aumento de la delincuencia.
ALGUNAS
DEFINICIONES INTRODUCTORIAS
Las sociedades están reguladas por
normas que orientan virtualmente todas las actividades humanas y la desviación
es la violación de estas normas junto con el reconocimiento y etiquetaje de
estas violaciones. El concepto de desviación (o de “conducta desviada”) por tanto implica dos elementos: las
definiciones y las normas. Una conducta desviada es la que la gente entiende o define como tal a la vista de que alguien está
violando o transgrediendo una norma cultural. Las normas guían
prácticamente todo el rango de actividades humanas, de manera que el concepto
de desviación cubre un espectro igualmente amplio. Existen, por ejemplo, normas
en el campo de la sexualidad o en el de la religión y quienes violan dichas
normas se transforman automáticamente en pervertidos o herejes,
respectivamente.
El delito es un tipo claramente
específico de desviación. El delito consiste
en la transgresión de la ley. Por
supuesto, hay muchos tipos o categorías de delitos y de delincuentes. Como es
obvio, en algunos casos la desviación apenas produce reacción alguna, mientras
que en otros puede dar lugar a respuestas más severas por parte de la sociedad.
Nadie presta prácticamente ninguna atención al detalle de ser zurdo (que implica
al fin y al cabo, la transgresión de una vieja norma cultural) o de ser
presumido; pero somos más severos con quien conduce bajo los efectos del
alcohol, o con quien comete vandalismo y llamamos a la policía en el caso de
allanamiento de morada. Existe un
continuo de respuestas sociales a los delitos y no todos respondemos de la
misma manera ante ellos.
La desviación no implica en todos los
casos una acción o una opción voluntaria. Para algunas categorías de individuos
el simple hecho de existir implica la
condena de otros. A menudo es así como
ven los ancianos a los jóvenes (porque piensan que pueden cometer travesuras o
causar problemas) o los miembros de la raza blanca a los que no lo son. Tanto
un unos como en otros casos (cuando se rompe la norma perjudicando a terceros o
cuando uno se excede en el cumplimiento de las leyes y las normas sociales) se
observa algún grado de diferencia. Estos
individuos no se comportan como el común de las personas: son “extrañas”
(Becker, 1966). La desviación o la delincuencia son mucho más que simples
hechos de elección individual o fracasos personales. Cómo se define la desviación, a
quién se le atribuye y qué es lo
que se hace al respecto, son cosas que dependen de cómo está organizada la
sociedad.
Desviación es cualquier acto que
perturba las expectativas sociales, que provocan la desaprobación social y que
base que la gente exclame: hay que hacer algo (k. Erikson, 1962).
LA
CONFIGURACIÓN SOCIAL Y GLOBAL DEL DELITO
En todas las sociedades existen el
delito y la desviación: los sociólogos están generalmente de acuerdo en que no
existe una sociedad libre de delito. De hecho, el delito puede ser un precio
necesario para cierta libertad social (y por tanto inconformismo). Puede servir
como mecanismo de cambio social y también puede definir los límites morales de
una sociedad. Si no hubiera malos
¿podría haber buenos? Una sociedad
sin delito o desviación probablemente sería muy rígida y muy controlada. Al
mismo tiempo, el nivel de delincuencia varía mucho entre sociedades. Demasiada
“libertad” por ejemplo, puede conducir a altas tasas de delincuencia. No todas
las sociedades tiene la misma configuración
social del delito.
El proceso de globalización abarca
numerosos frentes y entre ellos el del crimen organizado a nivel internacional.
Algunos tipos de crímenes siempre han tenido una dimensión internacional, como
el terrorismo, el espionaje o el tráfico de armas (Martin y Romano, 1992), pero
están surgiendo variantes nuevas a medida que el crimen traspasa las fronteras
(Castells, 1998), que ha escrito sobre la economía de la delincuencia
internacional y después del Congreso de las Naciones Unidas sobre el crimen
transnacional en 1994, identifico al menos seis variables principales en el
mundo:
1.
El
tráfico de armas, una industria multimillonaria en la cual estados y
organizaciones están provistos de armamentos que no deberían tener.
2.
El
tráfico de materiales nucleares.
3.
El
tráfico de inmigrantes ilegales; una estimación sugiere que bandas criminales
chinas ganan 2.5 miles de millones de dólares al año con este negocio, con
consecuencias desastrosas para los inmigrantes en muchos casos (Cohen y
Kennedy, 2000)
4.
El
tráfico de mujeres y niños
5.
El
tráfico de órganos, una industria millonaria que vende los órganos de los
pobres a los ricos.
6.
El
lavado o blanqueo de dinero que implica complejos acuerdos financieros mediante
los cuales el dinero se deposita, se
“pierde” y se reintegra al sistema formal. Depende de los bancos en el exterior
(paraísos fiscales), el secretismo y la confidencialidad. El dinero que se gana
en el mercado ilegal se tiene que reintegrar en la economía legal.
CAMBIOS EN EL
CONTROL SOCIAL
Dado que en todas las sociedades hay
reglas y normas, sus miembros intentan ejercer control social los unos sobre
los otros. En casos más serios, la sociedad reacciona de un modo formal (y
contundente) mediante un sistema de control social que implica el desarrollo de
respuestas planificadas y programadas a probables conductas desviadas. Este
sistema implica todas aquellas medidas
que se toman para prevenir, evitar o castigar el delito (S. Cohen, 1985).
Su variante más visible es el sistema de justicia penal, esto es el conjunto de instituciones policiales,
judiciales y penitenciarias que se pone en funcionamiento, cuando se produce
una violación de la ley. Son estas instituciones las encargadas de dar una
respuesta formal al delito. En algunos países, la policía militar mantiene un
control estrecho sobre el comportamiento de la ciudadanía; en otros, el poder
de los oficiales está más limitado en cuanto a su capacidad de respuesta a
ciertas violaciones de la ley. Existen, no obstante, redes de control menos
visibles, desde la labor desempeñada por asistentes sociales y psiquiatras
hasta los circuitos cerrados de televisión en centros comerciales, pasando por
la generalización del etiquetado electrónico en las tiendas, o la creciente presencia
de guardias jurados en todo tipo de empresas y organizaciones.
Las características fundamentales de los
actuales sistemas de control tienen su origen a finales del siglo XVIII. Aunque
antes también existían cárceles, no eran los grandes espacios estructurados en
celdas individuales ni el tipo de
organizaciones rígidamente burocratizadas que se conocen hoy en día. Antes
bien, eran pequeñas dependencias locales, bastante reducidas, donde se
hacinaban sin diferenciación alguna tanto los grandes criminales como los
pequeños ladronzuelos. A menudo no era más que “lugares de espera”, el
vestíbulo de las galeras o del patíbulo (Ignatieff, 1978). De modo semejante,
la vigilancia y el control de las calles era un asunto exclusivamente local.
Todo esto cambió con la
industrialización y el desarrollo de las sociedades modernas. En concreto, el control social se profesionalizó y
burocratizó y la administración central empezó a jugar un papel cada vez más
importante. El control del orden público pasó a manos de organizaciones
dirigidas por nuevos profesionales (directores y funcionarios de prisiones,
policías, jueces) que dependían cada vez más, en cuanto a su financiación y
regulación interna, del estado, que también extendió su capacidad de
intervención legislativa. La mayor parte de los países industrializados tienen
presupuestos parecidos: la parte destinada al control del delito consuma una
proporción nada despreciable de los presupuestos públicos.
En el clásico de Michael Foucault Vigilar y castigar, se puede rastrear estos cambios y comparar las formas de castigar de la
sociedad del siglo XVIII orientadas a infligir el mayor sufrimiento a los
condenados, con los sistemas de vigilancia y castigo de la sociedad actual, más
racionales (esto es, más eficientes y más burocráticas).
Nuevas pautas
de control en el siglo XXI
El moderno sistema de control reúne tres
características fundamentales. En primer lugar, el viejo sistema de control,
que contaba con una red policial y penitenciaria financiada por el estado sigue
vigente y en expansión. Se siguen construyendo nuevas cárceles y en algunos
países la población penitenciaria se ha incrementado notablemente.
En segundo lugar, a partir de la Segunda
Guerra Mundial, se han ido sumando nuevos métodos de control más informales. El
resultado es que son cada vez más personas, provenientes de más categorías
sociales, las que están bajo control. En tercer lugar, en su conjunto, el
sistema de control ha sufrido una expansión considerable debido a la
incorporación de nuevas técnicas de vigilancia, muchas de ellas promovidas y
sufragadas por el sector privado.
La expansión
del sistema carcelario
Las redes penitenciarias también están
en expansión en prácticamente todos los países del mundo. Tanto es así que Nils
Christie (2000) ha acuñado el término “complejo industrial penitenciario”.
Tanto el número de cárceles como el de reclusos ha aumentado exponencialmente
en los últimos años.
Hacia finales de 2006, más de 9.25
millones de personas estaban encerradas en las cárceles de todo el mundo, cerca
de la mitad de ellas en Estados Unidos (2.19 millones), Rusia (0.87 millones) y
China (1.55 millones además de los detenidos aún sin juzgar y de las
“detenciones administrativas).
El encarcelamiento se ha convertido en
una enorme empresa y es un indicador de la crisis social sistémica de comienzos
del siglo XXI. Posiblemente esto se debe a nuevas políticas como la del sistema
del three strikes and you are out (que
se puede traducir como “la tercera es la vencida”) adoptada por primera vez en
Washington en 1992, que implica que la tercera condena ya es una condena
perpetua. Otros países también han endurecido sus políticas de lucha contra la
delincuencia. El aumento de la población reclusa y los cambios en la
orientación de la política penitenciaria han puesto en cuestión el viejo
sistema de control lo que ha dado lugar a la búsqueda de nuevas soluciones. De
hecho, en la última década del siglo XX se observa una reorientación desde las
tradicionales políticas de rehabilitación a políticas más represivas. Una de
ellas son las cárceles privadas.
La
privatización de las cárceles
A finales del siglo XX se ha dado un
giro a las cárceles, desde la gestión y financiación pública hacia la creación
de cárceles privadas. Aunque ya se habían ensayado algunas fórmulas de
intervención del sector privado con anterioridad (como el “préstamo” de
prisioneros para trabajar en las cadenas de presos), fue a comienzos de la
década de los 90 cuando un número creciente de países vieron en la
privatización una posible salida a la “crisis” del sistema penitenciario.
Las primeras privatizaciones tuvieron
lugar en Estados Unidos en correccionales, en cárceles de mujeres y en cárceles
para internos escasamente peligrosos. El primer correccional privado de menores
se inauguró en Pennsylvania en 1975. Unos años más tarde, dos empresas Corrections Corporations of America (CCA)
y Walkenhut, comenzaron a conseguir
contratos para cárceles de adultos.
Los que defienden esta política
argumentan que las cárceles privadas resultan más económicas, son más flexibles
y eficientes (pues se pueden ahorrar costes en la construcción de las cárceles
y en su gestión y mantenimiento). Los
que se oponen piensan que, como empresas
privadas, se trata de un sistema que pretende rentabilizar el castigo y que
estas instituciones están más interesadas en obtener beneficios que en procurar
el bien de los internos y consecuentemente, de la sociedad en su conjunto.
El fenómeno de la privatización de las
cárceles se ha extendido en todo el mundo. En Australia también han aparecido
cárceles privadas y en Europa este fenómeno también es conocido. En Francia ya
son más de 10.000 los internos que están recluidos en 17 cárceles privadas. En
Alemania, Holanda y Reino Unido también se han ensayado programas similares
(James et. al., 1997).
La extensión de
la red de control informal
Resulta irónico que la expansión de las
redes penitenciarias ha ido de la mano del crecimiento de lo que han sido
llamadas alternativas a la cárcel. Es evidente que estas no son alternativas sino
que existen a la par con el aumento del número de cárceles y que cada vez hay
más personas sometidas a la red de control. Si antes los menores de edad que
cometían una infracción o un delito solo recibían una amonestación, lo normal
en nuestros días, es que se obligue a seguir una terapia de grupo o cualquier
otro tipo de programa de rehabilitación.
El criminalista británico Anthony Bottoms ha denominado a este fenómeno
la “bifurcación del sistema”. En sus propias palabras, esto significa que “a
los delincuentes peligrosos” se les aplican medidas más expeditivas, mientras
que con los “delincuentes comunes” se permite ser más indulgentes. (Bottoms,
1983).
El auge de la
sociedad de la vigilancia
El sistema penal en su conjunto se ha
expandido hasta incluir una gran variedad de técnicas de vigilancia, muchas de
las cuales se desarrollan y se promueven desde el sector privado. Aunque el
fenómeno de la vigilancia ha existido a lo largo de la historia, se ha
intensificado de tal manera en el mundo moderno, que se puede hablar de una sociedad de la vigilancia, esto es,
una sociedad que depende de la tecnología
de la comunicación y la información para los procesos de administración y
control y que tiene la vida cotidiana de sus ciudadanos bajo una estrecha
vigilancia. (Lyon, 2001).
En las sociedades no industriales, la vigilancia
funcionaba de manera informal, a menudo a través de grupos de socialización
primaria (familia, escuela) pero las
sociedades más complejas exigen sistemas también más complejos de control.
Desde los orígenes de la sociedad industrial se ha venido empleando cada vez
más tiempo y energía en recopilar información sobre la vida de los ciudadanos y
en vigilar su comportamiento.
En este sentido, uno de los aspectos más
notables de los últimos años ha sido el incremento de los circuitos cerrados de
televisión. Muchas autopistas, comercios y edificios públicos están vigilados
las 24 horas al día, 365 días al
año. Con ello y aunque la presencia
física de la policía quizá no sea muy notable, nuestros actos están mucho más
vigilados que en el pasado.
La nueva tecnología digital permite
asimismo crear archivos de personas con antecedentes. Otros sistemas en
desarrollo son la identificación electrónica de individuos a través de la voz,
o por el iris de sus ojos. A mediana o largo plazo, esto podría implicar la sustitución
de los pasaportes, o incluso de las tarjetas de crédito, por un sistema de
registro electrónico de nuestros rasgos físicos, mediante la introducción de
una especie de código de barras.
Sin embargo, no todos los sistemas de
control funcionan de manera tan formal y precisa. Otro desarrollo interesante,
por lo menos en Reino Unido, ha sido la aparición de los Programas de
Vigilancia Vecinal. Desde 1983, ha habido un crecimiento enorme del número de
personas que se dedican a patrullar sus barrios. Se calcula que en el año 1996,
existían ya unos 143.000 programas de este tipo en el Reino Unido (Morgan y Newburn, 1997: 62).
De la misma manera, se han desarrollado
sistemas de vigilancia electrónica con los que los movimientos de un
delincuente son vigilados, controlados y modificados a través de un sistema de
confinamiento doméstico. El delincuente lleva una pulsera o tobillera
electrónica y es vigilado las 24 horas del día. Se han introducido estos
sistemas desde mediados de la década de los 80 en varios países, incluidos
Canadá, Estados Unidos, Reino Unido, Suecia, Dinamarca y Noruega. Inicialmente la opinión pública estuvo en
contra de este sistema y algunos gobiernos, como el del Reino Unido, tuvieron
dificultades para implementarlo (sobre todo debido a problemas técnicos). Pero con mejoras en la coordinación entre los organismos
administrativos de la libertad condicional, se está convirtiendo en otra
alternativa dentro del sistema penal. Es mucho menos costoso que el
encarcelamiento y tiene una tasa de éxito moderada. Las principales razones
para el fracaso parecen estar relacionadas con el abuso de alcohol y drogas.
Esta intensificación del control quizá
nos haga sentir más seguros. Pero la cuestión es hasta qué punto estos nuevos
sistemas pueden mermar nuestras libertades o atentar contra nuestra intimidad:
no somos nunca plenamente conscientes de quién, dónde y cuándo nos está mirando
a través de una cámara o almacenando datos de nuestra vida privada. La
pesadilla descrita por George Orwell en su novela 1984 puede terminar
haciéndose realidad.
En resumen, las sociedades modernas han
sido testigos de un considerable desarrollo de los sistemas de vigilancia y
control. Esta extensión e intensificación de los sistemas de control está
desdibujando la línea que separa el control justificado del control por sí
mismo, de modo que, con más conductas observadas y controladas, se está
“creando” más desviación.
La perpetuación
de la pena de muerte
A medida que se introducen nuevos
sistemas de control en el siglo XXI otros más antiguos desaparecen. Aunque la
pena de muerte tiene una larga historia como respuesta social a todo tipo de
crímenes, ha sido abolida en unos 130 países (en 90 países para todos los
delitos, mientras que en otros países se ha mantenido para casos excepcionales,
como crímenes de guerra, o bien se mantiene en la legislación pero se ha
eliminado en la práctica). Al mismo tiempo, países como Estados Unidos, China y
muchos estados africanos todavía utilizan la pena de muerte.
Entre los países industrializados,
Estados Unidos mantiene la pena de muerte (también tiene una tasa muy alta de
homicidios comparada con sociedades similares). Desde 1977, cuando se
restableció la pena de muerte, aproximadamente 1.057 personas han sido ejecutadas. De estas, 367
eran negras, 621 blancas y 71 hispanas. Al comienzo de 2007, había unas 3.500
personas esperando su ejecución en el corredor de la muerte (el 99 % varones).
Teorías sobre
el delito y la desviación
Se ha demostrado que la delincuencia
sigue pautas sociales definidas, y se ha examinado algunas respuestas sociales
hacia el delincuente. Ahora interesa responder las preguntas que se hacen
muchas personas: ¿Cómo explicar que algunas personas se hagan delincuentes?
¿Por qué hay personas que cometen delitos y cómo prevenirlo? Los sociólogos
plantean que el delito está relacionado con las condiciones sociales.
LA ESCUELAS CLÁSICA
Data de la época de la Ilustración y su concepto principal es que el delito es
una elección racional del individuo. Las personas cometen delitos cuando (a)
puede maximizar sus beneficios y (b) pueden estar relativamente seguros de que
no serán castigados. El delito, por tanto, es un acto racional. Desde esta
perspectiva, entonces, lo importante es configurar el sistema penal para que
disuada a las personas de cometer crímenes. Cesare Beccaria, un italiano que propuso una reforma radical del
sistema penal en 1774, es considerado por muchos el fundador de la tradición
clásica en la criminología.
Beccaria cuestionaba la naturaleza
severa del castigo y abogaba por un sistema de disuasión. Para él, los castigos
podían disuadir si eran proporcionales a la gravedad del delito, por tanto, los
delitos más graves deberían recibir castigos más severos. El castigo debería
ser público, rápido, necesario, lo menos severo posible dadas las
circunstancias, proporcionado al delito y dictado por las leyes (Beccaria,
1963, original 1764). Sus ideas siguen vigentes.
¿Qué se considera una sentencia justa? En la década de 1970, el modelo “vuelta a la justicia” (Back to Justice), propuesto por von Hirsch y
sus colegas, afirmaba que la severidad del castigo debería ser proporcional a
la gravedad de la ofensa (von Hirsch, 1976; 66). Argumentaban que:
-
La
probabilidad de reincidencia debe ser irrelevante a la hora de dictar
sentencia. El delincuente debe ser castigado en función de lo que ha hecho.
-
Las
sentencias indeterminadas deben ser abolidas. Ciertos delitos merecen castigos
específicos y el delincuente debe saber de antemano cuál será su castigo si
comete un delito determinado.
-
La
discreción del juez para dictar sentencia debe ser severamente limitada. Se
debe introducir un sistema de penas estándar.
-
La
aplicación de una sentencia de encarcelamiento debe ser restringida a delitos graves,
sobre todo a aquellos delitos con graves consecuencias para sus víctimas.
-
Penas
de menor gravedad no deben pretender rehabilitar, sino simplemente castigar con
menos severidad (von Hirsch, 1976).
LA ESCUELA
POSITIVA
Estas teorías se centran en las
características y causas de un prototipo de delincuente. Se examinarán
brevemente algunas versiones biológicas y psicológicas de esta escuela.
Ya se sabe qué hace un siglo mucha gente
pensaba, equivocadamente, que el comportamiento humano podía explicarse en
términos de los impulsos o los instintos naturales. Por esto se explica por qué
los criminólogos se empeñaron en explicar la conducta delictiva en términos
biológicos. En 1876 Cesare Lombroso (1835-1909),
un médico penitenciario italiano, lanzó la teoría de que los delincuentes tienen unos rasgos físicos característicos:
estrechos de frente, mandíbulas y pómulos prominentes, orejas separadas, vello
abundante y brazos extremadamente largos.
Aunque las tesis de LOMBROSO fueron muy populares en su
tiempo, la verdad es que pronto se mostraron falsas. De haber mirado más allá
de las cárceles, pronto se hubiera dado cuenta de que los rasgos físicos que,
según él, caracterizaban a los delincuentes, están aleatoriamente repartidos
entre la población. Charles Goring, un alumno de
Lombroso que continuó sus estudios después de la muerte de éste, llegó a la
conclusión de que no hay diferencias físicas significativas entre los criminales y el resto de la
población. No
hay forma posible de distinguir al delincuente de quien no lo es fijándonos en
sus rasgos físicos (Goring, 1972; ed. orig. 1913).
A mediados del siglo XX, William Sheldon, un antropólogo
norteamericano, desarrolló un argumento
similar al defender que la constitución corporal puede servir para predecir la predisposición al delito. Sheldon registró los
datos de cientos de jóvenes, los clasificó según su constitución física y hurgó
en sus antecedentes penales.
Identificó tres tipos corporales
básicos: el endomorfo (el tipo
redondo, blando, gordo), el mesomorfo (el
tipo atlético, muscular) y el ectomorfo (el
tipo huesudo, frágil, delgado). Sheldon intenta correlacionar personalidad y
conducta con el tipo corporal. Concluye, como resultado de su investigación,
que el mesomorfo es el tipo más propenso a la delincuencia, ya que es
impulsivo, enérgico y nervioso. Afirmaba que el endomorfo tenía propensión a
ser amigable y autoindulgente, en tanto que al ectomorfo lo encontraba
abiertamente sensible y algo indeciso.
Usando la tipología desarrollada por
William Sheldon, Sheldon y Eleanor Glueck
publicaron en 1956 los resultados de una investigación en la cual comparaban
quinientos jóvenes delincuentes con quinientos jóvenes no delincuentes. Los
Glueck encontraron que un porcentaje estadísticamente significativo de jóvenes
delincuentes eran mesomorfos (musculosos y atléticos), pero que con sus datos
no es posible afirmar que una constitución fuerte es un buen indicador de la
propensión al delito y mucho menos de su causa. La hipótesis de los Glueck era
que los padres tratan a los hijos de constitución fuerte con menos mimo que a
los que parecen más débiles, de forma que los más fuertes crecen con una menor
predisposición a mostrar afecto por los demás. Además como ellos mismos se
encargaron de señalar, en la medida en que la gente espera de los chicos un
comportamiento físico más agresivo, éstos acaban desarrollando este tipo de
comportamiento.
La
investigación sobre la relación de ciertas gamas de cromosomas con la conducta
desviada se está todavía llevando a cabo, aunque ha habido varios esfuerzos
convincentes para refutar cualquiera de las dos teorías. Un hombre normal posee
una pareja de cromosomas XY, y una mujer normal ostenta por lo general una
pareja de cromosomas XX. Hay desacuerdo entre los investigadores sobre si un
“criminal nato” posee una gama de cromosomas XYY.
Richard
Speck, un convicto culpable de haber asesinado siete enfermeras en Chicago en
1966, tenía una gama de cromosomas XYY. Después de haber hecho este
descubrimiento, numerosos investigadores en los Estados Unidos trataron de
averiguar si había alguna correlación entre la gama de cromosomas y el comportamiento
desviado. En el momento de escribir esto, no ha surgido ninguna prueba que
demuestre la existencia de algún tipo de vínculo entre la gama de cromosomas y
la desviación.
La
investigación genética reciente y el Proyecto del Genoma Humano continúan
explorando las posibles conexiones entre la biología y la conducta desviada,
pero al día de hoy, no existe evidencia definitiva que correlacione la
propensión a la conducta delictiva con tales o cuales componentes genéticos. Si
parece, sin embargo, que determinados
rasgos genéticos combinados con determinadas experiencias sociales pueden
explicar, en parte, determinadas conductas. En otras palabras, los factores
biológicos tienen probablemente un impacto real, aunque modesto, sobre la
propensión de los individuos a embarcarse en actividades delictivas (Rowe,
1983; Rowe y Osgood, 1984; Wilson y Hernstein, 1985; Jencks, 1987).
EXPLICACIONES PSICOLÓGICAS DE
LA DESVIACIÓN
Varios psicólogos explican la desviación en términos de una
personalidad defectuosa. Esto es, que existe cierto tipo de personalidades que
tienden a relacionarse más estrechamente con la desviación social que otras.
Sigmund Freud divide la mente en tres
partes: el id, el ego y el superego. El id
representa la parte inconsciente, instintiva, impulsiva y no socializada de la
personalidad. El ego representa la
parte consciente y racional de la personalidad. A menudo se hace referencia a
éste como el “guardián” de la personalidad, porque regula la interacción entre
el id y el superego. El superego
representa la parte de la personalidad que ha absorbido los valores culturales
y las funciones de manera consciente. Quienes pertenecen a la escuela
psicoanalítica consideran que el comportamiento desviado resulta cuando un id
hiperactivo (e incontrolable) se presenta en combinación con un superego pasivo
mientras que, al mismo tiempo, el ego permanece sin una dirección adecuada.
Si una persona está
hambrienta y por lo tanto requiere alimento, el id insistirá en que esa necesidad debe ser satisfecha
usando cualquier medio a su alcance. Si el superego es extremadamente débil y
posee escaso control sobre el id, la persona puede simplemente dirigirse a un
restaurante y tomar la comida de una mesa ya ocupada. En este caso, el ego no
prevé ningún peligro y el superego no da señales de que esa clase de
comportamiento sea inaceptable.
La
identificación social de desviación.
La desviación social es
universal (Erich Goode, 1984). Cada sociedad establece leyes y reglamentos, sufre violaciones de estas
leyes, de un modo o de otro castiga a los infractores. Pero lo que perturba o
no a la gente es la definición social de desviación que es muy variable. La
homosexualidad proporciona un claro ejemplo. Al acercarse a fuentes históricas
y a materiales de estudios transculturales, el sociólogo David Greenberg (1988)
documentó las diversas y cambiantes definiciones de la homosexualidad en varias
culturas durante siglos (nótese que Greenberg se concentró en la homosexualidad
masculina, la razón es que se sabe mucho menos acerca del lesbianismo en las
sociedades pequeñas o en la antigüedad).
En algunas sociedades pequeñas,
tradicionales, las relaciones homosexuales, son vistas como una parte normal de
la adolescencia. Con frecuencia los jóvenes son aislados en casas especiales o
villas durante su entrenamiento para convertirse en hombres; las relaciones homosexuales que desarrollan
en este periodo pueden ser continuadas o no después de que los muchachos
crezcan y se casen. En otras sociedades los actos homosexuales con personas
adultas son parte de la ceremonia de iniciación que trasforma a los jóvenes en hombres. Otros
pueblos creen que los poderes de sanación de un chamán sólo pueden ser
trasmitidos a un aprendiz por medio de su semen. Otros reconocen un rol especial
(llamado berdache por los investigadores franceses) a los hombres que se
visten como mujer y realizan tareas “femeninas” (tales como arreglar el jardín y tejer).
No todas las sociedades aprueban o
toleran la homosexualidad. Mientras algunos grupos reverencian a los berdaches,
otros los ridiculizan. Algunos pueblos nunca han oído hablar de conducta
homosexual, otros son indiferentes al tema y unos cuantos exigen que los
individuos sorprendidos en conductas homosexuales elijan entre ritos de
purificación o la expulsión.
El registro histórico es en igual forma
variado. La sabiduría convencional sostiene que los antiguos griegos aprobaban
las relaciones homosexuales, en especial entre jovencitos y sus maestros esto
es verdad solo en parte. Los clásicos griegos no tenían una palabra para
designar a una persona homosexual (o heterosexual), porque no reconocían a éstas como categorías mutuamente
exclusivas. Pensaban que mucha gente podría ser atraída sexualmente por la belleza
de cualquier sexo y que el escoger un compañero del mismo sexo o del opuesto en
una ocasión no impedía escoger a uno diferente en otra ocasión. Los dioses
griegos Zeus, Apolo y Poseidón enamoraban a ambos sexos, como lo hacía el
dios hindú Samba, hijo de Krishna y muchos dioses romanos.
En general, las enseñanzas judeo
cristianas han condenado la homosexualidad, junto con otras actividades
sexuales no asociadas con la procreación (como la masturbación o el sexo oral).
Cualquiera que se entregaba a estas prácticas con el mismo sexo o el opuesto
era denunciado como “sodomita”. Pero la
severidad del castigo para los sodomitas ha ido desde la desaprobación y la
penitencia de la oración, hasta la persecución y la tortura (especialmente bajo
la Inquisición española y para los homosexuales en Alemania nazi).
En Estados Unidos, desde los comienzos
hasta la mitad del siglo XIX, la homosexualidad se consideró en general como un
vicio, como conducta inmoral, insana en todos los aspectos, que la gente
temerosa de Dios evitaba. Había rumores de que los homosexuales eran en
realidad un “tercer sexo”, biológicamente diferente de los hombres y mujeres
ordinarios. Pero aun así, los individuos fueron exhortados a practicar el
dominio de sí mismo.
La homosexualidad fue considerada
primero como un delito en el pasado siglo XIX, como una condición después de
una regular que pasaba por alto las leyes contra la sodomía y que amonestaban
los actos sexuales “desnaturalizados”,
aun entre adultos anuentes. Estas leyes aplicaban a heterosexuales lo
mismo que a homosexuales, pero era raro que se ejercieran contra
heterosexuales. El principal efecto fue conducir a los homosexuales al
ocultamiento (dentro del closet).
En el siglo XX, la profesión médica empezó a trasformar la
perspectiva sobre la homosexualidad pasando del concepto de delito al de
enfermedad. Este cambio fue conocido por psiquiatras y fundamentado en la obra
de Sigmund Freud. El mismo Freud no desarrolló una explicación específica o
“tratamiento” para la homosexualidad. En realidad en su “Letter to an American
Mother” (carta a una madre norteamericana) establecía que, cualquiera que fuera su origen,
la homosexualidad no era una enfermedad y en 1930 firmó un documento declarando
el castigo a los homosexuales como una “violación extrema a los derechos
humanos” (Greenberg, 1988, pp.425-426). Pero sus demás escritos implicaban con
firmeza que la atracción erótica por el mismo sexo era causa por un estado de
desarrollo reprimido. Basándose en Freud, otros psicólogos declararon que la
homosexualidad era un signo de inadaptación o aun enfermedad mental. Esta opinión prevaleció en los últimos tiempos.
Sólo fue hasta 1973 que la Asociación Estadounidense
de Psiquiatría (American Psychiatric Association), bajo la presión del Movimientos
por los Derechos de los Homosexuales, suprimió la homosexualidad de su lista de
enfermedades emocionales.
Aunque el movimiento por los derechos de
los homosexuales ha hecho bastante para cambiar las actitudes hacia los
homosexuales, éstos y las lesbianas, están lejos de obtener la igualdad en la sociedad.
No existe una sola ley federal que proteja a los homosexuales contra la
discriminación: en casi seis estados, los homosexuales pueden perder sus
empleos, hogares e hijos, o se les puede negar préstamos bancarios por sus
preferencias sexuales. A individuos de otros países pueden negárseles visas de entrada a Estados Unidos solo por su
orientación homosexual. La epidemia del SIDA, la cual empezó entre homosexuales en Estados Unidos, ha complicado
el asunto, por un lado a vuelto la opinión de algunos más comprensiva con
respeto a los homosexuales y por otro ha
convencido a otros que merecen castigo y aislamiento. Además hay pruebas de
contragolpes, en forma de ataques violento (“aplastar homosexuales”) así como
referendos que exigen limitaciones a los derechos de los homosexuales.
Aun dentro de una sociedad la definición
social de las desviaciones varía según
el actor, la audiencia y la situación. Así, el Pentágono argüía que la
homosexualidad notoria podía ser aceptable en la vida civil, pero no dentro de
las filas militares. La gente hace la misma clase de juicios selectivos en la
vida diaria. Por ejemplo, una mujer puede ser completamente amistosa con la
pareja homosexual que vive al lado, pero puede angustiarse al saber que su
propio hijo (“el actor”) es homosexual. La gente que trabaja en las artes y en
los espectáculos tiende a aceptar más las formas de conducta no convencionales
que los militares, los trabajadores de la construcción o los banqueros (“la audiencia”). Como
resultado, los homosexuales pueden sentirse más a gusto en el teatro y en el
mundo de la moda. La gente piensa que a los homosexuales debe permitírseles
seguir cualquier carrera que elijan, mientras que no involucre niños pequeños (“la
situación”).
Resumiendo lo anterior, las ideas de lo
que es o no desviante puede y cambia en
el tiempo. Son el producto acumulado de las interacciones sociales y varía de
sociedad a sociedad (y de grupo a grupo, dentro de una sociedad). Las normas
culturales que establecen lo que es o no conducta aceptable raramente están
expresadas como códigos firmados, oficiales. Aun cuando las normas son
codificadas como leyes (como las leyes
contra la “sodomía”), están sujetadas a interpretaciones variadas y a diferentes
grupos de ejecución real. La autoridad cultural de las normas se origina de la
acumulación de numerosas decisiones separadas de la comunidad. Para que una
norma retenga su autoridad de su valor corriente, debe ser usada con
regularidad. Cada vez que un grupo condena una conducta desviante, reafirma sus
normas y establece límites culturales hasta lo que es socialmente aceptable.
Desviación y
control social.
El control
social se refiere a cualquiera y a todos
los esfuerzos para prevenir y/o corregir la conducta desviante. El
instrumento más poderoso de control social es la socialización De un modo ideal, la socialización conduce a la gente
a que haga lo que se supone que debe hacer. Pero la socialización nunca es
perfecta; los seres humanos no son autómatas sociales. Para lograr el control,
todas las sociedades dependen de las sanciones,
es decir, en las recompensas para la
conducta concordante y los castigos para la conducta desviante.
Una amplia distinción puede hacerse entre los controles sociales formales y los informales. Los controles
sociales informales son presiones
sutiles, no oficiales, para conformarse a las normas y valores de la sociedad.
Están entretejidos de una manera tan firme en la red de la vida diaria, que con
frecuencia no se nota su impacto - una sonrisa o un movimiento de cabeza indica
que una persona aprueba lo que otra ha dicho (sanciones positivas); la mirada de asombro o un ademán con las manos
que indica que la otra personas quiere mantener distancia (sanciones negativas).
El chismorreo es una de las formas más
familiares y penetrantes de control
social informal son múltiples. Cuando la
gente platica acerca de quien fue invitada a una fiesta y cómo iba vestida, por
qué algún amigo se portó en forma desacostumbrada, por qué un matrimonio ha pedido el divorcio o cómo trata a su perro
el vecino de su calle, están probando y reafirmando las normas y los valores compartidos.
Como lo señaló Erving Goffman (1967) una
violación de las reglas sociales desconcierta a la gente que es testigo de la
equivocación y de quien la cornete. Al ofrecer una disculpa o presenta una
excusa, pretendiendo que sólo era broma o cambiando el tema, la gente intenta
borrar el error social y así restablecer
el orden. A través de los chismes, la gente puede reinterpretar una ruptura
de la conducta decorosa como una equivocación o establecer su propia distancia
del ofensor y la ofensa. Tales controles sociales informales despliegan
bastante poder (S. Cohen, 1985).
En los pequeños grupos primarios y en
las sociedades tradicionales puede ser suficiente con los controles sociales
informales. Pero en grandes grupos secundarios y en sociedades complejas son necesarios mecanismos
de control más formales. Los controles
sociales formales son mecanismos públicos institucionalizados, codificados,
para prevenir o corregir la conducta desviante.
En las sociedades modernas ciertas instituciones y organizaciones se
especializan en el control social. La policía, los tribunales y las prisiones
son responsables del cumplimiento de la ley al aprehender y castigar a los
criminales; los psiquiatras y otros trabajadores de la salud mental deciden si
un individuo está mentalmente enfermo o no y si lo está, cómo será tratada la “enfermedad”
de esa persona (psicoterapia, drogas, internamiento en alguna institución o con alguna combinación de las tres).
Otros controles sociales formales están
construidos dentro de la estructura de una organización. Las empresas
recompensan con aumentos y promociones a los empleados que llenan o exceden sus
expectativas y castigan a los que no lo hacen bajando su categoría o
despidiéndolos. Las universidades emplean las admisiones, becas, grados, aprobaciones
y expulsiones para recompensar o penalizar a los estudiantes según su
desempeño. Los individuos pueden estar sujetos al control social en muchos
dominios diferentes a la vez: hogar, oficina, iglesia y aun en la calle, donde
la policía ejerce control social formal y donde la mirada de la muchedumbre
ejerce el control social informal (S. Cohen, 1985).
La perspectiva
del etiquetado: creando infractores
Para entender y explicar la dinámica
social de la deviación muchos sociólogos emplean una perspectiva conocida como teoría del etiquetado. La teoría del
etiquetado no considera la desviación como un hecho objetivo. Más bien se concentra en los significados o
interpretaciones que la gente le atribuye a las diferentes clases de conducta y
en el proceso de interpretación entre aquellos que implantan y hacen cumplir
las leyes y los que son sorprendidos rompiendo esas leyes.
La teoría del etiquetado ve la desviación y el control social como las
caras opuestas de la moneda: ninguno podría existir sin el otro. Mientras que
el sentido común sugiere que la desviación crea la necesidad de controles
sociales, la perspectiva del etiquetado muestra cómo los controles sociales
pueden crear la desviación. El planteamiento clásico de esta posición viene de
la presentación de The Outsiders de Howard Becker (1963): los grupos sociales crean desviación al
elaborar las leyes cuya infracción constituye desviación y al aplicar estas
leyes a personas particulares, etiquetándolas como infractores. Desde este
punto de vista la desviación no es una cualidad del acto que comete una
persona, sino una consecuencia de la aplicación por otros de las leyes y las sanciones a un “ofensor”.
El desviante es uno a quien le ha sido aplicada con éxito la etiqueta; la conducta
desviante es la conducta que la gente ha etiquetado así. (p.9)
Según esta opinión, ningún acto es desviante en y por sí mismo. Más bien, la
desviación es un proceso interactivo
por medio del cual una sociedad, o un grupo dentro de una sociedad, define
cierta conducta como desviante, etiqueta como desviantes a las personas que
practican esa conducta y luego las trata como parias o excluidos.
Los teóricos del etiquetado no niegan
que algunas acciones (tales como la tortura o el crimen masivo) son inherentemente
erróneas. Pero señala que tales acciones han sido consideradas normales y aun “buenas”
en ciertas sociedades por siglos (durante la Inquisición española o en la
Alemania nazi). Al observar nuestra sociedad, los teóricos del etiquetamiento tienden
a concentrarse en conductas debatibles tales como la homosexualidad o el uso de
marihuana.
¿Quién crea las
reglas?
Antes de que una acción pueda ser
etiquetada como desviante y quienes la cometen como infractores, debe haber una
regla contra esto. Tales reglas no aparecen por sí mismas. Alguien debe llamar
la atención pública hacia un problema que percibe y motivar que la gente sienta
que tiene que hacerse algo acerca de ello lo más pronto posible. En
otras palabras, la creación de reglas
requiere de la acción social. Así sucede con su complimiento, probablemente
no se hará que se cumplan las reglas a menos que alguien insista en ello.
Becker (1963) usa el término empresarios morales para describir a
las personas (o grupos) que se ocupan de llamar la atención sobre las faltas
para que éstas sean reconocidas y los infractores tratados como tales. Algunos
ejemplos recientes son Greenpeace, la organización ambiental que ha hecho campañas
para que se prohíban actividades que van desde dar muerte a crías de ballenas
hasta las pruebas nucleares; Madres contra los Conductores Ebrios (MADD, Mothers
against drunk driving), la cual tiene ahora cabildos por todo Estados Unidos; Operación Rescate (Operation Rescue) y otros
grupos que se oponen al aborto y los variados grupos que han luchado por leyes que
prohíban el hábito de fumar en lugares públicos. Los medios masivos también
juegan el papel de crear conciencia sobre un tema, así como identificar y etiquetar a individuos o grupos
como desviantes.
Las consecuencias
del etiquetado
Los sociólogos distinguen entre desviación primaria o violación inicial de una regla social y desviación
secundaria o desviación que es causada
por las reacciones de otras personas a la violación inicial (Lemert, 1951). Mucha
gente rompe las reglas de tiempo en tiempo pero no piensan que son “desviantes”.
Supongamos por ejemplo, un maestro de escuela a quien le gustan las películas
pornográficas y que a veces renta videos que envuelven sadismo o pornografía
infantil para verlos cuando su esposa no está en casa. Como guarda en secreto
su gusto por la pornografía, no se ve nada malo en su conducta y piensa que
otros hombres hacen lo mismo. Si nadie descubre o divulga su interés por la
pornografía, su vida seguirá como de costumbre y su identidad de buen maestro y
padre de familia permanecerán intactos. Sin embargo, si su esposa descubre su secreto, ella puede insistir en que él se
someta a tratamiento psiquiátrico y lo amenazará con el divorcio si se
rehúsa. Si el negocio donde renta los
videos es intervenido y el nombre del
maestro es publicado, podría perder su empleo. De pronto la gente lo verá desde
otra perspectiva.
El empleo clásico de desviación
secundaria es el de quien usa drogas (desviación primaria) y convierte esto en
delito al mantener su hábito (desviación secundaria). La teoría del etiquetado
sostiene que los delitos de los adictos no son resultado, por sí mismo, del uso
de las drogas, sino la consecuencia de etiquetar, por parte de la sociedad,
ciertas sustancias como drogas ilícitas, empujando a esas sustancias al mercado
negro, de tal modo que se aumenta el costo de esas drogas. Como resultado, el
adicto a las drogas puede volverse un traficante de drogas o puede cometer
otros delitos (como el robo o la prostitución) para poder mantener su hábito.
Una etiqueta de desviado puede crear un estatus maestro: una condición del
individuo que anula todas las demás. Cuando
la gente descubre que un individuo es adicto a las drogas, miembro de un culto
religioso exótico, homosexual o cuando el individuo se comporta de un modo que
provoca miedo o la desaprobación de
otras personas, la gente interpreta la conducta anterior del individuo, a la
luz de su nueva identidad. Por ejemplo, alguien que se sabe es homosexual y que le eche el brazo a otro,
podría interpretarse como una “obvia” insinuación sexual (Kitsuse, 1964).
Erich Goode (1984) ha identificado seis elementos estereotipados del desviante
(suposiciones que la gente tiene acerca de Las desviaciones y de los
individuos a quienes consideran desviantes). El primero es el de la exageración: la gente convencional
tiende a concentrarse en la forma extrema de una conducta desviante y asumir
que ésta es típica de todos los individuos que encajan en esa categoría. Por
ejemplo la imagen popular de los homosexuales se funda en el “afeminado” y en la lesbiana “super masculina”.
El segundo elemento es la centralidad: la gente tiende a asumir que la desviación juega un
papel central en la vida del individuo etiquetado, que consume la mayor parte
de las horas activas y domina los pensamientos de esa persona. Por ejemplo, los
padres se preocupan porque un maestro o consejero universitario homosexual podría seducir a sus hijos, pero muchas veces
no se preocupan por las seducciones heterosexuales que son mucho más comunes.
El tercer elemento es la persistencia la gente convencional
tiende a asumir que “el que es desviante una vez, es desviante siempre”. Por
ejemplo, cuando oyen la descripción de un “ex adicto”, muchos se imaginan a una
persona que sometió a control de un modo
temporal su deseo vehemente de consumir droga, pero que puede revertirse en
cualquier momento.
El cuarto elemento es la dicotomía: la gente tiende a pensar sobre
las desviaciones en términos de uno u otro. Una persona es homosexual o
heterosexual, cuerdo o loco, drogadicto o no drogadicto. Los estereotipos
populares de la desviación no admiten la posibilidad de que un individuo pueda
alternar de una a otra, entre la
conducta convencional y la desviante o que ocupen un campo intermedio entre éstas.
El quinto elemento es la homogeneidad: la suposición de que
todos los asaltantes, los apostadores compulsivos o todos las que abusan de las
drogas son iguales en lo fundamental.
El sexto y último elemento es el agrupamiento: la gente tiende a asumir
que la desviación es un “trato en paquete”.
Rara vez se interpreta como un trato o actividad aislada, sino eslabonada a una
serie de características que se relacionan. Por ejemplo, mucha gente asume que
una persona sin hogar es enferma mental y/o que abusa del alcohol o las drogas,
que es desempleado y que no tiene
familia. Tales suposiciones tienen el efecto de aislar o segregar a la persona que ha sido etiquetada como
“desviante” de la sociedad “respetable”.
En estas condiciones Marsh Ray (1964)
encontró que los usuarios de drogas desarrollaban una “identidad de adicto” en
parte como resultado de sus experiencias entre no adictos, quienes tienden a
considerarlos como degenerados, carentes de fuerza de voluntad, dispuestos a
mentir, engañar, o robar a cualquiera para “alimentar su vicio”. Aun cuando algunas
personas que hayan dejado las drogas, deben tratar con el escepticismo de los
no adictos que dudan de la posibilidad de la cura o la rehabilitación
permanente.
Como lo señalo Erving Goffman: “una respuesta a este destino (de ser etiquetado
desviante) es aceptarlo (1961, p.30). Un individuo que ha sido etiquetado así puede
ser empujado dentro de una carrera
desviante, es decir, un estilo de vida que incluye la desviación
habitual o permanente. Y esto puede
arrastrarlo dentro de una subcultura desviante: un grupo que se distingue de otros miembros de
la sociedad por sus normas desviantes,
valores y forma de vida. Esto completa el rompimiento con la “recta”
sociedad convencional. Una usuaria de heroína le confió a Ray que no pensaba
que era drogadicta hasta el día que se dio cuenta que todas sus amigas lo eran.
La auto
segregación en una subcultura desviante es una reacción lógica, de
protección a la humillación y al ostracismo. La ironía es que al evitar a la
gente que es juzgada por haber cometido acciones desviantes, la sociedad
convencional alimenta la desviación secundaria, el desarrollo de subculturas
desviantes y la comisión de carreras
desviantes. La aplicación de una etiqueta de desviante puede llegar a ser una
profecía de auto cumplimiento (Merton, 1968).
Esta secuencia de hechos, desde la
desviación primaria hasta el etiquetado y la desviación secundaria, no es
inevitable. En algunos casos las violaciones a las reglas no son detectadas o
no son etiquetadas como desviantes. Aun si son, mucha gente rechaza con éxito
la etiqueta “desviante” través de un proceso que Gresham Sykes y David Matza (1957) llamaron neutralización: ellos racionalizan
(buscan excusas para) su conducta desviante en formas que por un lado alivian
sus sentimientos de culpa y por otro desvían las expresiones de desaprobación
de otras personas.
Sykes y Matza describen cinco técnicas principales de neutralización:
1) negación de responsabilidad (“no pude evitarlo”); 2) negación del daño (“yo
no dañe a nadie realmente”); 3) negación
de la víctima, si la hay (ellos dejaron que sucediera”); 4) condenación de los
condenadores (“todos los policías son corruptos”) y 5) apelación a las
lealtades más altas (“lo hice por mi amigo, no por mí mismo”).
Diana Scully y Joseph Marolla (1984)
estudiaron cómo usaron la neutralización los violadores convictos. Encontraron
que algunos de los hombres negaron que habían cometido una violación,
justificando su conducta en la razón de que ella los sedujo a ellos, que su ropa era
provocativa, que cuando decía “no”, en realidad quería decir “si”, que ella se
divertía o que ella no era una “buena” chica
y merecía lo que le sucedió. Aquellos que admitieron que habían
violado a su víctima se excusaron,
generalmente sobre la razón de que estaban ebrios o usaron drogas y que se
encontraban fuera de control o trastornados en lo emocional. Prácticamente
todos los hombres condenaron la violación y rechazaron la etiqueta de “violadores”
para ellos mismos.
Revisión de la
teoría del etiquetado
La teoría del etiquetado retira la
atención sobre los individuos que violan las reglas sociales y se concentra en
la dinámica social de la desviación y en los procesos de definir la desviación
y de etiquetar y excluir a los etiquetados como desviantes. Pero las firmezas
de la teoría del etiquetado son también sus debilidades.
Primero, porque la teoría del etiquetado
implica que la definición social de desviación es arbitraria. En su mayor
parte, los teóricos del etiquetado se ha concentrado en “delitos sin víctimas”
(Schur, 1965), es decir, en delitos que no dañan a nadie excepto (tal vez) a la
persona que los comete. El uso ilegal de drogas, los juegos de azar ilegales,
la prostitución y las relaciones
homosexuales voluntarias entre adultos, caen todos dentro de esta categoría. En
tales casos, la etiqueta de “desviante” puede ser arbitraria, en el sentido de
que unas gentes están imponiendo su definición de conducta normal sobre otras. Pero otras acciones son vistas
con claridad como desviantes por casi todos los individuos y sociedades. Nosotros podemos, por costumbre, estar de
acuerdo en que acciones tales como el robo de autos, arrebatar bolsos, los
asesinatos al azar o los ataques terroristas en lugares públicos son equivocadas.
Segundo, porque la teoría del etiquetado
deja sin explicar por qué la gente rompe las reglas sociales en primer
lugar (desviación primaria). Otras
teorías de la desviación se dedican a este tema.
Teoría de la
desviación
¿Por qué ciertos individuos practican
conductas desviantes? ¿Por qué la desviación es más común en ciertas sociedades
y épocas, y en algunas subculturas y categorías demográficas (hombres contra
mujeres, jóvenes contra viejos) dentro de una sociedad que en otras? , ¿Es la
desviación una parte inevitable de la vida social? ¿O es señal de fracturas o
trastornos en el orden social?
Como se explica la desviación depende en
parte de las preguntas que se hacen. En general, las teorías biológicas y
psicológicas intentan contestar la pregunta de por qué ciertos individuos se
ocupan en forma particulares de desviación; las teorías sociológicas se dirigen a las
circunstancias sociales que permiten y hasta promueven la desviación.
Teorías biológicas y psicológicas
La idea de “criminal de nacimiento”
alcanzó el punto más alto el siglo XIX,
después de la población “El origen de las
especies” de Charles Darwin, la cual coloca a los seres humanos en el reino
animal y forma cuestiones acerca de las diferencias biológicas heredadas (Conklin,
1992). Los criminólogos de este periodo intentaron establecer relaciones entre
la conducta criminal y la forma del cráneo de una persona, características
faciales (especialmente cejas caídas, mentón sumido y orejas en punta) y el
tipo del cuerpo. Conforme a una teoría los criminales eran una reversión a una
etapa anterior de la evolución. En los comienzos del siglo xx tales proposiciones fueron desacreditadas
como no científicas y simplistas. Pero los adelantos recientes en la neurociencia
y en la genética han conducido a un renovado interés en el papel de la biología
en la conducta criminal (Fishbein, 1990).
Los investigadores contemporáneos no
proponen una relación directa de causa y efecto entre la bioquímica o la
fisiología y la conducta criminal. Más bien proponen que las deficiencias
biológicas pueden hacer resaltar una cadena de negatividad. Mucho del interés
actual se concentra en las disfunciones cerebrales y en los problemas de
aprendizaje. Ya sea a causa de problemas genéticos heredados, de traumas o
lesiones ambientales (tales como la intoxicación por plomo), un niño puede ser
disléxico o hiperactivo y tener dificultad para aprender (“dislexia” se refiere
a la dificultad para aprender a leer y escribir, a pesar de tener una
inteligencia normal). A causa del pobre desempeño y/o su conducta en la escuela, el niño puede ser
puesto en una clase especial, ser estigmatizado y criticado por los padres y alejado
de sus amigos. La autoestima del niño probablemente caerá de una manera
dramática y podría encontrar que las
únicas intenciones sociales gratificantes son con otros niños “problema”. Como resultado, el riesgo de una conducta
delincuente y criminal se incrementa (Patterson, DeBaryshe y Ramsey, 1989); (véase
también Eysenck y Gudjonsson, 1989).
Pero no todos los niños con trastornos
de aprendizaje se desarrollan como delincuentes, ni todos los criminales de
carrera tienen historias de problemas de aprendizaje.
Otros investigadores están interesados
en la “mente criminal”: en los rasgos de
la personalidad o patrones de pensamiento que distinguen a los criminales de
los NO criminales. Por ejemplo un estudio de convictos encontró un “patrón de pensamiento culpable, irracional”
(G.D. Walters, 1990; Walters y White,
1989). Los así llamados criminales de
carrera se caracterizaban por:
Molificación: justificar sus actividades
criminales en función de fuerzas externas más allá de su control.
Desconexión: una habilidad para cerrar
la entrada a sentimientos de miedo y ansiedad que podrían disuadir el crimen.
Titulación: un sentimiento de que el
mundo existe para su placer y provecho personal.
Orientación de
la fuerza:
una creencia de que todas las interacciones sociales enfrentan al fuerte contra
el débil.
Sentimentalismo: un exceso de lástima por sí
mismo y falta de interés por los demás.
Superoptimismo: una creencia en su habilidad para evadirse con el mejor
comportamiento.
Pereza
cognoscitiva:
fracaso al ejercitar pensamiento crítico o al considerar consecuencias a largo
plazo.
Discontinuidad: una tendencia a ser
distraído de los planes o intenciones por acontecimientos externos.
El problema con éste y muchos otros
estudios de psicología criminal es que estuvo basado en prisioneros y no
incluyó grupos de comparación de ciudadanos apegados a la ley o de infractores
no detectados. De esta manera los investigadores no pueden decir qué tan comunes
son estos rasgos cognoscitivos en la población en su conjunto. Además, parece
inverosímil que todos los criminales - ladrones de causa, violadores,
defraudadores - presenten los mismos patrones de pensamiento y los mismos
rasgos de personalidad.
Desde el punto de vista de los
sociólogos, la imperfección fundamental de las teorías biológica y psicológica
de la desviación es que tienden a asumir que todas las causas de desviación se
hallan dentro del individuo: en sus genes, química cerebral, mente y
experiencias personales. Los sociólogos no niegan que tanto la biología como la
psicología pueden jugar papel importante en la conducta criminal y desviante.
Pero tampoco explican por qué el índice de desviación varía de un grupo a otro grupo,
de una comunidad a otra comunidad, de una región a otra región o de un tiempo a
otro tiempo. Los sociólogos se interesan principalmente en patrones generales,
no en acciones individuales.
Desviación y
anomia
Emile Durkheim, un pionero en la sociología
de la desviación, relacionó la criminalidad a un comportamiento a un
rompimiento en el orden social. Específicamente, Durkheim vio las altas tasas
de desviación como resultado de la anomia
una condición de “ausencias de normas”
o pérdida de las reglas sociales aceptadas dentro de una sociedad. Cuando
aparece la anomia, los derechos humanos están fuera de control:
De arriba abajo de la escala (social) la
codicia se despierta sin saber dónde encontrar (el) último peldaño… Se origina
una sed por las novedades, placeres desconocidos, sensaciones sin nombre. todos
los cuales pierden su sabor una vez que se conocen.. La (gente) no puede formar
un cimiento sólido de felicidad (1895,
p.256).
Durkheim atribuye la anomia al fracaso
de las comunidades tradicionales pequeñas, enlazadas estrechamente y al
surgimiento de las estructuras sociales modernas, urbanas, siempre cambiantes.
Pensaba que había demasiadas
inconsistencias y ambigüedades en las sociedades modernas. En las sociedades tradicionales
la gente “conoce su lugar” en el orden
social y espera vivir tanto como sus padres. Sus vidas son predecibles, saben
qué esperar de los demás y qué esperan los demás de ellos. En periodo de cambio
social las viejas reglas ya no aplican. La gente tiene que encontrar su propio
camino. El futuro es impredecible. Sin claras leyes y reglas tradicionales,
sostenía Durkheim, la gente pierde control y actúa según su antojo. La idea de
que el crimen y la desviación son productos de la anomia, o ausencia de normas,
dominó el pensamiento sociológico por muchos años.
Teoría del
control
La teoría del control puede ser vista
como un esfuerzo moderno por perfeccionar y extender la teoría de Durkheim. En
el enunciado clásico de esta opinión, Travis
Hirschi (1969) razonaba que es más
probable que la desviación ocurra cuando la unión entre el individuo y la
sociedad es débil o inexistente. En opinión de Hirschi, el apego y las aspiraciones son la clave
del control social. Si a la gente no le preocupa las opiniones de los demás,
son libres de romper las normas sociales.
Al principio Hirschi desarrolló sus
teorías para explicar la delincuencia juvenil. Enfatizaba cuatro controles.
1.
El
control más importante sobre la conducta
delincuente es el apego de los
adolescentes a sus padres. Es obvio que los padres no pueden seguir a los
adolescentes a todos lados, lo que cuenta es que están “presentes
psicológicamente”. Los delincuentes tienen menos probabilidades que los no
delincuentes de decir que sus padres saben dónde están la mayor parte del
tiempo y de valorar la aprobación de sus padres.
2.
Una
segunda fuente de control es la escuela.
Los delincuentes tienen muchas más probabilidades que los adolescentes que
acatan la ley de decir que les disgusta la escuela, que no hacen la tarea y que
no les importa lo que los maestros piensen de ellos. En contraste, cuando los
estudiantes quieren salir bien, la escuela actúa como una fuerza moral.
3.
Un
tercer control es el grupo de pares.
Hirschi sostiene que la juventud delincuente tiene menos lazos cercanos con
amigos que sus pares no delincuentes. Otros investigadores han encontrado que
la diferencia depende de las características de los pares con quienes se asocia
un adolescente, no del tiempo que pasa con ellos. Algunos grupos pares alientan
la conformidad con los objetivos y valores de las corrientes principales de la
cultura, mientras otros toleran o aprueban la conducta antisocial.
4.
El
cuarto control de la delincuencia, según Hirschi, es la aspiración a líneas convencionales de acción, en especial la educación y el trabajo. Cuando los
jóvenes quieren llevar una “buena vida” y creen que la sociedad les dará la
oportunidad para lograrlo, es más probable que terminen la preparatoria para no
tener problemas. No quieren arriesgar su futuro por unos cuantos placeres
ahora. La juventud delincuente, en contraste, tiene pocas esperanzas o planes
para el futuro; viven el presente. Hirschi encontró que un pronosticador de la conducta era la edad a la cual los
jóvenes se iniciaban en tres actividades de adultos: fumar, tomar y buscar
pareja. Mientras más pronto empezaban éstas, más débiles eran el apego y las aspiraciones de los jóvenes
y más grande la oportunidad de llegar a involucrarse en la delincuencia.
Recientemente, Hirschi se ha concentrado
en el control de sí mismo
(Gottfredson y Hirschi, 1990): en la
voluntad para diferir la gratificación y
en la perseverancia, cautela, paciencia, planeación y sensibilidad hacia los
demás. Mantiene que el bajo o alto control de sí mismo es visible desde la
primera infancia, que persiste por largos periodos y que se aplica a una amplia
seria de situaciones, incluyendo desviación no criminal (tal como el abuso de
las drogas y del alcohol, implicación en embarazos sin matrimonio, confianza en el bienestar o
enfermedad mental) así como actos criminales. Hirschi atribuye el bajo control
de sí mismo a la socialización defectuosa.
Ya sea por causa de las características del hijo, las cualidades de los padres,
sus circunstancias sociales o la interacción de los tres, los padres que no
están muy encariñados con el hijo dejan de supervisar su conducta, no notan la
desviación y son inconsistentes al castigar acciones desviantes. El control inadecuado de los padres, dice
Hirschi, conduce a un inadecuado control de sí mismo.
Aunque no niegan la importancia del
control social, otros sociólogos no están de acuerdo en que el patrón
fundamental se establece para siempre desde la infancia. Robert Sampson y John
Laub (1990) sostienen que el vínculo social debe mantenerse por toda la vida. En particular, el empleo estable y el
compromiso con el matrimonio pueden invertir el desarrollo con respecto a la
desviación e inhibir la conducta criminal o antisocial en la edad madura. A la
inversa, el desempleo y la inestabilidad marital pueden debilitar los vínculos
establecidos en la infancia. Estos lazos también pueden ser debilitadlos por el
cambio histórico, como cuando una sociedad entra en un periodo de alto
desempleo y altas tasas de divorcio. Igual que Hirschi, entonces, estos
investigadores ven la desviación como un síntoma de controles sociales débiles.
La principal crítica a la teoría del
control es que no trata de los movimientos para quebrantar la ley. El apego y
las aspiraciones pueden explicar por qué la gente, especialmente la joven, se
atiende a las reglas. Pero, ¿qué es lo que hace que la gente rompa la ley, aun
sabiendo que hay consecuencias serias? Una segunda crítica es que la teoría del
control asume que la relación entre los lazos sociales y la delincuencia es una
calle de un solo sentido. No considera la posibilidad de influencias recíprocas
o de que la delincuencia sea la causa, no la consecuencia, de los lazos débiles
con los padres, maestros y pares (Conklin, 1992). En otras palabras, la
conducta antisocial puede causar que otras personas rompan los lazos sociales
con un individuo, no a la inversa.
Desviación y
estructura social
Uno de los mayores desafíos de la teoría
de la anomia de Durkheim (y por extensión, a la teoría del control) fue
propuesto hace algunos años por el sociólogo estadounidense Robert Merton (1938, 1968).Durkheim
describió las pasiones humanas como una fuerza poderosa e independiente, que
debe ser controlada socialmente. Por
implicación, la teoría del control apoya
esta opinión. En contraste, Merton decía que nuestros deseos son “creados” por el sistema sociocultural.
Cada cultura tiene su propia noción en
cuanto a los objetivos dignos de perseguirse en la vida. Además cada cultura
prescribe medios legítimos de trabajo para conseguir esos objetivos. Los
norteamericanos, por ejemplo, dan un alto valor al éxito material o a la
riqueza. El “sueño americano” sostiene que el trabajo duro es la ruta legitima
a la riqueza. Esta cultura enseña que todos y cada uno puede ganar en este
juego; en la realidad, sin embargo, solo hay unos cuantos lugares premiados. La
posibilidad de llegar a ser rico es de algún modo inexistente para la mayoría
de los estadounidenses a causa de la posición en la estructura social. Una gran
proporción de frascos es inevitable, es parte integral del sistema social. El
fracaso es doblemente doloroso en un sistema como éste. Primero, porque los
individuos fracasan para tener todo lo que puede comprar el dinero (no solo
bienes y servicios, sino también una posición social más alta.)
Segundo, porque el individuo y no el
sistema es culpado por el fracaso. Así como se admira al “hombre o mujer de
éxito por su propio esfuerzo”, así se condena al fracasado, al que “no lo
logró”.
Merton escribió cinco posibles respuestas a la brecha
entre los objetivos prescritos culturalmente y las oportunidades estructuradas
socialmente. Los conformistas aceptan
tanto los objetivos que su cultura sostiene como deseables y los medios
aprobados socialmente para perseguirlos, ya sea que “pague” o no tal conducta.
Muchas personas son conformistas en este sentido.
Los innovadores
están determinados a lograr los objetivos convencionales pero están dispuestos
a emplear medios no convencionales para conseguirlos (economizar esfuerzos),
“jugar socio”, engañar, sobornar, robar o hacer cualquier cosa que sea
necesaria para salir bien.
Los
ritualistas son lo contrario de los
innovadores. Compulsivos respecto al seguimiento de las reglas, muchas veces
pierden de vista los objetivos; cumplir con los medios se vuelve un fin en sí
mismo. Aunque mucha gente considera a los ritualistas fastidiosos o
excéntricos, en general no los considera desviantes.
Los retirados
o retraídos, el cuarto tipo de Merton, han abandonado tanto los objetivos
como los medios aceptados para lograrlos. Son desertores de la sociedad, psicópatas, vagabundos,
borrachines crónicos y drogadictos.
Los rebeldes
rechazan los valores y las normas de su sociedad, sustituyéndolos por nuevos
objetivos y nuevos medios para lograrlos. Los miembros del movimiento Hare
Krishna, los Skinheads, y otros grupos no convencionales, son algunos ejemplos.
Los innovadores, los retirados y los
rebeldes son los que con más probabilidad serán considerados como desviantes.
El punto clave de Merton era que la
desviación es un producto del sistema social, no de anormalidad dentro del
individuo. La gente recurre a la desviación cuando una cultura estimula los
apetititos que no pueden ser satisfechos por los medios aprobados
culturalmente.
Revisando las ideas de Merton algunos
años después, Richard Cloward y Lloyd Ohlin (1960) propusieron una adición
interesante. Merton se concentró en la disponibilidad de oportunidades
legítimas como un factor en la desviación. Cloward
y Ohlin presentaron preguntas acerca de la disponibilidad de oportunidades ilegitimas. Para violar
las leyes contra el comercio interno en el mercado de acciones, por ejemplo,
uno debe primero ser socio o persona informada y saber cómo funciona éste. Si
el tráfico de drogas en una comunidad está controlado por un grupo étnico
particular, los miembros de ese grupo étnico tendrán más oportunidades para
conocer traficantes y observar las operaciones de drogas -y por lo tanto
tendrán más probabilidad de ser invitados a participar - que los intrusos. El
asunto es que, de acuerdo con Cloward y Ohlin, las oportunidades ilegitimas
para prosperar pueden estar distribuidas en toda la sociedad en forma tan
irregular como las oportunidades legitimas. Al menos una razón de que pocos
hombres y mujeres de la clase media y de mediana edad se vuelven prestamistas o
estafadores es que nunca tienen la oportunidad.
Transmisión
cultural
Otro desafío a las teorías de la
desviación y la anomia es la teoría de la transmisión cultural. Esta opinión se
fundamenta en la observación de que algunas de las personas que la sociedad en
general considera desviantes con desviantes son de hecho conformistas en su
propio mundo social. La teoría de la
trasmisión cultural ve de la
desviación como resultado de la desviación como resultado de la socialización a
una subcultura que aplaude las actitudes y la conducta que rechaza la cultura
central.
El criminólogo Edwin Sutherland (1949/1983) perteneció a esta escuela. Sutherland
razonó que en una sociedad heterogénea
como la de EUA hay muchos grupos
diferentes, cada uno con su propio arreglo de normas. Algunos dan un gran valor
a la habilidad para llevarse bien con
otras personas, otros piden una respuesta violenta al reto más leve. Algunos premian
el esfuerzo y el trabajo duro, otros abogan por la vida “fácil”.
Según Sutherland, los individuos se
vuelven delincuentes o criminales a causa de la asociación diferencial, es decir, cuando están expuestos a normas y valores más pro criminales que anti criminales por largos periodos o
cuando se encuentran a sí mismos en situaciones que recompensan la conducta
criminal. Sutherland creía que en la educación del delincuente, adquirir
actitudes que justifican actividades criminales es tan importante como conocer
las técnicas para cometer un crimen. Y nosotros adquirimos nuestras actitudes
de aquellos con quienes nos asociamos. En este caso, Sutherland estaba en
desacuerdo con la idea de que la conducta criminal es una expresión de “algo
interior” que aparta a los desviantes de las demás personas. Para él todo era
cuestión de exposición y asociaciones,
el balance de las influencias “buenas” y “malas”.
El mayor defecto de la teoría d la
asociación diferencial se Sutherland es que no explica por qué las subculturas
desviantes emergen en primer lugar. La teoría del conflicto sugiere una
explicación.
Teoría del
conflicto
La perspectiva del conflicto en la
desviación está arraigada en la obra de Carlos
Marx. Aunque Marx no escribió de un modo extenso sobre este tema, entendió que el crimen se
debía a la división de las sociedades capitalistas en dos clases separadas y desiguales:
los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Para
simplificar un poco, el pobre comete
delitos para obtener bienes materiales que le han sido negados y para expresar
su enojo y frustración; el rico comete crímenes para conservar lo que tiene o
realzar su posición.
La teoría del conflicto desvía la
atención de aquellos que rompen la ley
hacia aquellos que la elaboren. Como argumentó Richard Quinney, la ley criminal es “primero y principalmente un reflejo de los intereses y las ideologías
de las clases gobernantes” (1976, p. 192), quienes en nuestra sociedad por
casualidad son blancos, hombres, adultos y ricos. Para conservar sus
privilegios, la clase gobernante tiende a criminalizar la conducta de los no blancos,
los adolescentes, los pobres y algunas mujeres. Así, el crimen callejero
(cometido por el pobre) tiende a ser penalizado de una manera más estricta que
el crimen de cuello blanco o el corporativo (cometido por el rico); fumar
marihuana (fumada en primer lugar por los jóvenes) es delito, pero beber alcohol (disfrutado por
los ricos, así como por la clase trabajadora) no lo es; las prostitutas
(mujeres) son arrestadas mientras que sus clientes o “donjuanes” (hombres) son
dejados en libertad. A causa de que hay más leyes que romper por parte de
ellos, los miembros jóvenes del grupo minoritario tienden a estar super
representados entre las filas de criminales (Hawkins, 1987).
Las cambiantes definiciones legales de
la violación ilustra el rol del poder para definir lo que es y lo que no es
criminal (Bourque, 1989; Schur, 1980). Hasta hace poco, en casos de violación,
el descargo de pruebas pesaba sobre la víctima, preservando la dominación y los
derechos de los hombres sobre los de las mujeres. Ciertas clases de mujeres (prostitutas,
bebedoras, las que practican el auto-stop, divorciadas) no eran consideradas
como victimas creíbles de violación; “ellas se lo buscaron” podría decir la
gente. Era impensable que una mujer acusara a su esposo de violación; un esposo
tenía el derecho legal a los servicios sexuales de su esposa (y aun lo tienen
en algunos estados)
A mediados de los años 70 el movimiento
de las mujeres adquirió la fuerza para redefinir la violación como un delito de
violencia (no pasión) y para dar apoyo a las victimas al presentar sus
acusaciones. Desde entonces, los juicios por violación se han vuelto más
fáciles de seguir, la víctima es culpada con menos frecuencia y las actitudes
del público han cambiado (Caringella-McDonald,
1983: Hamlin, 1988). La definición de violencia ha sido extendida, por ejemplo,
para incluir la violación durante una
cita y violaciones similares entre personas conocidas más que entre extraños
(Coller y Resick, 1987; Koss y cols, 1988). Antes, una mujer que iba al
apartamento de un hombre o su dormitorio, o que contaba con mucha bebida (en
casa), en verdad perdía su derecho a decir “no” a los deseos sexuales del hombre. En la actualidad los hombres han
perdido algunos de sus derechos sobre la
conducta sexual de las mujeres, y las cortes están menos dispuestas a creer que
una mujer dijo “no” queriendo decir que “si”. Pero la mayoría de los expertos
están de acuerdo en que solo un pequeño número de mujeres que fueron violadas
durante una cita o por sus conocidos reportan el hecho, ya sea por temor a ser estigmatizadas, por sentirse culpables,
o porque quieren evitar ser señaladas en la prensa.
La lucha entre cómo se definirá la
violación y como serán tratados tanto las victimas como los atacantes continua.
En realidad, como lo señala Bumiller, cada juicio por violación es como una
representación de moralidad que refuerza algunos conceptos de los roles
sexuales o las fuentes de violación y mina otros (Bumiller, 1987).
El delito y el
sistema de justicia.
Un
delito es la violación es una norma
que ha sido codificada en la ley y que está respaldada por el poder y la
autoridad del estado. Aunque la desviación y el delito con frecuencia se
traslapan no son sinónimos. No todos los delitos se consideran desviantes.
Causar desorden, manejar a mayor velocidad del límite y engañar un poco en los
impuestos, todo es ilegal. Pero muchos no consideran desviantes estos actos.
Por el mismo motivo, no todos los actos considerados desviantes son delitos.
Mucha gente consideraría desviante asistir a un funeral en “bermudas” o poseer
un ciento de gatos en su casa, pero éstos no son delitos. La desviación,
entonces, puede ser criminal o no criminal. La diferencia más significativa
entre las dos es que la desviación criminal puede resultar en sanciones
formales, oficiales, como el arresto y la prisión.
Además, la ley distingue entre dos
amplias categorías de actividades ilegales. Violaciones a la ley
civil (o agravios, del latín torquere, torcer): son actos de injusticia por los cuales la parte
dañada puede tener derecho a indemnización, tales como la difamación,
negligencia, allanamiento y cosas así. Las violaciones de la ley
criminal son actos que el Estado
ha declarado perjudiciales a la seguridad pública y a la moral: desde la
violencia física, el robo y el vandalismo, hasta la traición y la prostitución.
Los procedimientos legales para manejar estas dos categorías de perversidades
son completamente diferentes. En los casos criminales, el Estado inicia la
investigación policiaca y la acción de la corte. El descargo de pruebas
corresponde al Estado y el acusado es presunto inocente hasta que se le pruebe
culpable. En casos civiles los ciudadanos privados deben iniciar la acción de
la corte presentada el proceso. El descargo de pruebas es por el demandado o
persona que inició el caso, no por el Estado.
Tipos de delito
El delito puede ser dividido en cinco
tipos fundamentales: 1) delitos violentos y en la propiedad (o delitos
“comunes”) 2) crimen de “cuello blanco”; 3) crimen corporativo; 4) crimen
organizado; 5) delitos sin víctimas.
Delito “común”
Los delitos
violentos -homicidio, violación, robo y asalto- implican una confrontación directa entre el criminal y la víctima. Los asaltos
- con intento de robo y tratando de sofocar a una persona por el cuello, de
costumbre en la calle o en algún pasillo
- son los delitos que los estadounidenses parecen temer mas (Flanagan y
Maguire, 1992). Contrario al perpetrador de un “crimen pasional”, el asaltante
es por lo general un extraño para la víctima. El ataque es súbito, impredecible
e impersonal. Los delitos en la propiedad
incluyen robo en domicilio (robo sin confrontación), raterías, robo en el auto
y delitos “menores” tales como robar en un supermercado y robo de carteras.
Como estos robos no confrontan a la víctima frente a frente, el ladrón puede
sentir que no está implicando ningún daño “real” (aunque seguramente la victima
siente de un modo distinto).
¿Quién comete estos delitos? Según el
Reporte del Crimen Uniformizada - RCU (Uniform Crimen Report) del FBI de arrestos en 1992, los delitos más violentos los delitos en
la propiedad fueron cometidos por hombres jóvenes. La tasa de delitos para
agresores negros y latinos es más alta que la de los blancos; es decir, el
porcentaje de delitos que se sabe fueron cometidos por estos grupos excede su
proporción en la población. (Los afroamericanos componen alrededor del 12% de
la población, sin embargo, cuentan con más de un cuarto de todos los arrestos
(Reiman, 1990). Sin embargo, en función de cantidades absolutas, la mayoría de
los criminales son blancos, la mayoría
son también jóvenes o tal vez están por llegar a serlo.
Según el FBI la
tasa de delitos violentos cometidos por jóvenes (de 10 a 17 años de edad) se
incrementó en más de 25% en la última década (Departamento de Justicia de EUA;
FBI, Crime in the United States, 1993). Sin embargo, muchos expertos creen que
el número de jóvenes que cometen delitos en la actualidad ha disminuido. Lo que
ha cambiado es que los delitos efectuados por jóvenes se han vuelto más peligrosos (Elliot,
comunicación personal, 1993). A causa de la fácil disponibilidad de armas de fuego
más mortíferas, las lesiones graves y aun los asesinatos efectuados por
adolescentes y jóvenes son mucho más comunes ahora que hace una década.
El estereotipo
de quienes sufren los asaltos sostiene que las víctimas son blancos y de clase media. No es así: hombres jóvenes
de raza negra y latinos son de un modo más probable las víctimas de delitos
violento y en la propiedad, seguidos por las mujeres. La mayoría de los delincuentes no viaja muy lejos de sus hogares para cometer robo con
allanamiento de morada o asaltos. En la mayoría de los crímenes violentos el
atacante y la víctima se conocen entre sí, a veces íntimamente. Uno de cada
cinco asaltos graves reportados a la policía es cometido en el hogar y un gran porcentaje de homicidios son efectuados por miembros de
la familia (Departamento de Justicia de EUA;
A National Crime Victimization Survey Report: Criminal Victimization, 1991).
En algunos casos la víctima del delito
común no es una persona sino una compañía. Lo que podríamos llamar ´´crimen del
estilo de vida´´ está muy extendido, y es más costoso de lo que la gente se
imagina. Por ejemplo:
- El copiado ilícito de películas y
videocintas cuesta a la industria del cine de Estados Unidos alrededor de un
mil millones de dólares anualmente (Pauly, 1987).
- El uso fraudulento de tarjetas de
crédito cuesta un mil millones de dólares anualmente (Mc Caghy y Cernkovich,
1987, p. 311)
- El uso fraudulento de los cajeros
automáticos le cuesta a los bancos entre 70 y 100 millones de dólares anuales
(Tien, Rich y Cahn, 1986, p.v)
Los individuos que cometen tales delitos
pueden racionalizar o (neutralizar) su conducta en razón de que no están dañando a nadie en realidad,
pero de hecho están robando al público. Los costos no son absorbidos
simplemente por el banco o la compañía; más bien les son trasladados a los consumidores. Casi todo
lo que usted compra tiene un “impuesto” de crimen agregado.
Los delitos comunes son apenas algo de
lo que se nota del total.
CRIMEN DEL
CUELLO BLANCO
Si el FBI midiera el delito en función
de los costos financieros, el retrato demográfico de los delincuentes que afectan la propiedad cambiaría a hombre
blanco de clase media y edad mediana. El año de1939 el sociólogo Edwin Sutherland introdujo el término ´´crimen
de cuello blanco” (White-collar crime) en su discurso presidencial a la
Asociación Sociológica Estadounidense (American Sociological Association) (Brait
– waite, 1985; Sutherland, 1949/1983, p. 7).
El crimen de cuello blanco se refiere a las violaciones de la ley cometidas por personas de las clases media y
media alta en el curso de sus negocios y de sus vidas sociales. Los delitos en
esta categoría van desde robar clips para papeles y usar la maquina copiadora
de la oficina por razones personales hasta estafas multimillonarias en dólares.
En contraste con los delincuentes
callejeros, los infractores de cuello
blanco generalmente están trabajando al momento de cometer sus delitos.
Algunos ocupan diversos directivos, técnicos o profesionales, y unos cuantos
son propietarios de negocios o funcionarios corporativos, pero la mayoría son
empleados de nivel más bajo. Es más probable que sean de raza blanca que los
delincuentes callejeros. También cuentan con más edad que los delincuentes
comunes (la edad promedio al momento de su convicción es de 40 años) (Weisburd,
Chayet y Waring, 1990).
Mientras que los delincuentes comunes de
la calle usan la fuerza bruta, los delincuentes de cuello blanco usan mentiras,
falsificaciones y engaños para convencer a sus víctimas de deshacerse de su
dinero o propiedades (Shapiro, 1990). Mientras que los delincuentes comunes
rompen y entran, los delincuentes de cuello blanco usan ´´ tecnología social´´
(habilidades, encantos, redes) para convertirse en miembros de organizaciones
que presentan oportunidades para el fraude. Los delitos usuales en este
ambiente incluyen malversación de fondos (desfalco, cuentas de gastos abultadas,
cobro de comisiones y propinas no autorizadas, inflar sus propios sueldos y
bonos), conflicto de interés ( usan su puesto para beneficio personal, por
ejemplo, invirtiendo fondos de pensiones en empresas en las cuales tienen un
interés financiero) y corrupción (en efecto, venden o rentan su puesto al mejor
postor, quien recibe entonces consideración especial en la forma de contratos corporativos,
votos en el Congreso, etc.).
El costo acumulado de los crímenes de
cuello blanco es enorme. De acuerdo con
un estimad los desfalcos y los robos de los empleados cuestan a los negocios
estadounidenses 7 mil millones de dólares por año (Mc Caghy y Cernkovich,
1987,p. 317). Sin embargo, el costo del crimen de cuello blanco no puede ser calculado
tan solo en dólares (E. Moore y Mills, 1990; Shapiro, 1990). Ya sean empleados
asalariados o funcionarios públicos, los delincuentes de cuello blanco ocupan puestos de confianza: tienen autoridad para tomar decisiones y para
manejar y gastar el dinero de otros. El
mal uso del activo o del poder es una violación de esa confianza y puede
debilitar la fe del público en una economía libre y en sus líderes de negocios,
en la democracia y los dirigentes políticos y en la moralidad pública en forma
general.
Aunque es costoso y muy difundido, el
crimen de cuello blanco no genera el interés público del delito callejero. La
razón principal es que´´ los abusos de confianza son difíciles de detectar…, la
victimización sutil, los delitos continuos, la culpabilidad difícil de asignar
y las duras sanciones que se vuelcan sobre miembros inocentes´´ (Shapiro, 1990,
p 359). Con frecuencia el delito no es
descubierto, el delincuente puede no ser localizado y las victimas quizá no
sepan que han sido robadas. Cuando son detectados, es más probable que los
crímenes de cuello blanco se manejen de una manera
privada (por el jefe de la persona o por una asociación profesional) que
por la policía y las cortes. Aun cuando sean presentados a juicio y resultado
convictos, es más probable que los delincuentes de cuello blanco sean multados y sus sentencias suspendidas a que sean llevados a la
prisión. Aunque es común que reincidan, los delincuentes de cuello blanco en
apariencia son vistos como menos amenazantes por la policía, los jueces y los
jurados. (Weisburd, Chayet y Waring, 1990). Como resultado, el delincuente de
cuello blanco puede evitar ser etiquetado públicamente como estafador, criminal
y ladrón.
CRIMEN
CORPORATIVO
Las corporaciones también pueden ser
culpables de delitos: publicidad falsa, arreglar o fijar precios, violación de
normas de seguridad para los empleados o los consumidores, infringir derechos
de autor, mentir en las etiquetas de
alimentos y medicamentos, por mencionar unas cuantas violaciones (Eitzen y Baca
Zinn, 1992). Mientras que el crimen de cuello blanco consiste en delitos contra la corporación, el crimen corporativo consiste en delitos cometidos por la corporación, a nombre
de la corporación. Mientras que es usual que el crimen de cuello blanco
consista en actos individuales, el
delito corporativo es el resultado de la acción
colectiva.
En los últimos años grandes
corporaciones han sido encontradas culpables de:
-
Vender
productos que sabían que estaban defectuosos y eran peligrosos: tales como el
Ford Pinto y el protector Dalkon, un instrumento anticonceptivo intrauterino que dañó a decenas de miles de mujeres (Hausknecht,1987)
-
Contaminar
el ambiente: un caso notable fue la fuga de gas de la planta de Unión Carbide
en Bohpal, India, la cual mató entre 2000 y
5000 personas y dañó gravemente a otras decenas de miles; de una manera más
silenciosa, la contaminación del agua por Adolph Coors Co, fabricante de
cerveza ( Newcomer,1990).
-
Discriminación
en el empleo y la promoción de personal; AT&T, General Motors, Libby
Owens-Ford.
-
Negligencia:
más de 800 violaciones a la salud y a la seguridad, incluyendo exposición deliberada
al plomo y al arsénico por General Motors.
-
Soborno:
especialmente a gobiernos extranjeros: Exxon, Gulf Oil, Ashland Oil, Mobil Oil,
Northrop, Lockheed, United Brands y otros.
Los costos humanos y financieros de
tales acciones exceden en mucho a los de otros tipos de crímenes. Pero igual
que con el crimen de cuello blanco, la sociedad ha sido indulgente con las
empresas.
Muchos crímenes corporativos son
manejados por agencias reguladoras, no por las cortes. Los estudios a estas agencias
(por ejemplo, A.J Reiss, 1983, 1984) muestran que los funcionarios vieron como
su objetivo lograr el acatamiento de las regulaciones, no el de identificar a
los delincuentes; además, estos funcionarios creyeron tener mejores resultados
tratando con las empresas a través de la
negociación, amenazas de publicidad negativa, engaños y otras sanciones informales.
La corporación podría salir bien liberada con un “decreto de consentimiento”,
mediante el cual aceptaba terminar las
violaciones pero no admitía ni negaba los alegatos (Mokhiber, 1988). De este
modo, la empresa evita la exposición
pública en jurado abierto, así como responsabilidades con las víctimas.
Muchas violaciones corporativas están
definidas legalmente como agravios, no como delitos. Además, es usual que se
señale como responsable a la corporación, no a la gente que tomó las decisiones
o realizó actividades ilegales. Si los individuos llegan a enfermar por causa
de exposición a sustancias tóxicas, por ejemplo, deben presentar sus propios
casos a la corte, demandar por daños al fabricante y/o al acarreador de
desechos. La corte civil no envía las partes culpables a la cárcel, sino que
adjudica una indemnización. En un juicio civil las víctimas no pueden llamar a
la policía u otras agencias públicas
para ayudar en la investigación. Los afectados (y en muchos casos sus abogados)
deben sufragar los costos de la investigación y los procedimientos de la corte,
con la esperanza de que ésta ordenará su reembolso. Las grandes corporaciones
pueden permitirse alargar por años las batallas legales, con frecuencia las
víctimas no pueden.
El caso de Manville Corporation y la
exposición al asbesto (Calhoun y Hiller, 1988) ilustra estas complejidades.
Durante un periodo de 30 años, cuando Manville y otros fabricantes de asbesto
sabían que estaban vendiendo un producto dañino, miles de personas murieron de
enfermedades relacionadas con el asbesto. Tomó décadas de batallas en la corte
(y millones de dólares en gastos de la corte) para que las víctimas o sus
herederos recibieran una indemnización. Nadie ha ido a prisión por estas muertes. Manville
intentó reducir su responsabilidad declarándose en quiebra. Finalmente, en un
cambio de rumbo, la mayor parte de las acciones de la corporación fue puesta en
un fideicomiso para proporcionar indemnización a las víctimas.
El caso Manville fue una excepción. En
la mayoría de los casos las multas son tan pequeñas que no son más que la
compensación por las ganancias del delito, y son simplemente canceladas como
parte del ´´costo de negociar´´. (En verdad, ¡en algunos casos del juicio y las
multas pueden ser deducibles de impuestos!). Sin embargo, existen pruebas de
que el público que está siendo menos
tolerable con el crimen corporativo y la publicidad funesta –desde los grupos
activistas de consumidores, reporteros investigadores o estudios del gobierno-
puede actuar como un disuasivo ( Mokhiber,1988).
Por lo pronto, el escándalo de los
ahorros y los préstamos expuso un nuevo tipo de crimen (véase En torno al tema: el escándalo de los
ahorros y los prestamos: ¿un nuevo tipo de delito?)
EL ESCÁNDALO DE
LOS AHORROS Y LOS PRÉSTAMOS: ¿UN NUEVO TIPO DE DELITO
El colapso de los ahorros y los préstamos
puede venir a ser la peor catástrofe financiera de los Estados Unidos. En el
año de 1991, unas 450 instituciones de ahorro y préstamos (S&L, Savings and
Loans Institutions) se declararon insolventes y más de 11 mil casos fueron
remitidos al Departamento de Justicia para su posible procesamiento judicial
(Calavita y Pontell, 1991, p 98). Las estimaciones son que en un periodo de 10 años, 250 mil millones de
dólares fueron robados o malgastados por estas instituciones. Esto en parte
equivaldría a mil dólares por cada hombre, mujer o niño que vive en Estados
Unidos y se aproxima al costo de la guerra de Vietnam (Waldman y Thomas, 1990).
¿Cómo sucedió esto?, ¿Por qué sucedió esto?
Las instituciones de ahorro y préstamos,
fueron creadas para asegurar que todos los estadounidenses pudieran comprar su
propia casa. Bajo las leyes federales, las S&L estaban limitadas a ofrecer
amortizaciones a bajo costo y a largo plazo a compradores individuales de casa
y a llevar cuentas de ahorro de bajo
interés de depositantes individuales. En la industria bancaria se conocieron
como ´´ las económicas ´´: sección de oportunidades de la industria financiera.
En los años setenta, a medida que la
inflación y las tasas de interés empezaron a escalar, las S&L entraron en
una rápida caída: los ahorradores transfirieron su dinero a inversiones de más alto
rendimiento, tales como los fondos para el mercado de dinero. El gobierno
decidió que el camino para salvar las S&L era liberándolas del yugo de las
´“regulaciones excesivas´´. En 1980 y otra vez en 1982 aprobó la legislación
que dejaba sin efecto las restricciones anteriores en la conveniencia de que
las S&L pudieran pagar a sus ahorradores, extendió sus inversiones más allá
de la amortización de casas en áreas como préstamos para consumidores y para negocios y empresas
de bienes raíces e incrementó el seguro
de ahorro ofrecido por la Corporación
Federal de Seguros del Ahorro y Préstamos ( FSLIC, Federal Savings and Loan
Insurance Corporation) de 40 000 a 100 000 dólares por cuenta, a un número
ilimitado de cuentas por cada ahorrador.
Estas condiciones, dicen las sociólogas Kitty Calavita y Henry Pontell (1991), crearon las
oportunidades para un nuevo tipo de delito. El desfalco colectivo se refiere a la extracción de fondos por altos
directivos de las compañías que manejan para beneficio personal. El desfalco
colectivo se refiere a la extracción de fondos por altos directivos de las
compañías que manejan para beneficio personal. El desfalco colectivo es un híbrido
del crimen de cuello blanco y del corporativo, en el cual la dirección se
vale de la organización para saquear a la misma. Es un ´”delito por la corporación
contra la corporación´´ (p.99). En los
delitos ordinarios de “cuello blanco”, el desfalcador es un individuo
oportunista que aparta dinero de fondos
que pasan por sus manos, eludiendo la detección
de los funcionarios de la corporación. En el desfalco colectivo los funcionarios y los desfalcadores son los
mismos. Saquear a la corporación es política de la compañía y compromete redes
de altos funcionarios tanto dentro como fuera de la organización. Implica tanto
el robo directo (como usar los fondos de las instituciones para lujos
personales, sueldos abultados y presentar reclamos falsos de gastos o de tiempo
extra) y la mala administración (como traslados falsos y préstamos riesgosos
para incrementar la cantidad de dinero de la cual pueden robar los desfalcadores
colectivos).
Este nuevo tipo de delito refleja los
cambios en la economía. Al final del siglo XX la economía de los Estados Unidos
empezó a cambiar de una que se centraba en la manufactura a una que se centra
en las transacciones financieras. Bajo las finanzas del capitalismo las
ganancias se obtienen a través de la circulación del dinero y de inversiones
especulativas, no solo a través de la
producción de bienes y los principales “medios
de producción ´´ son corporaciones que ocupan el poder, empresas de bienes
raíces, comercio de dinero, comercios futuros y cosas por el estilo. Hasta
cierto grado una economía de finanzas es una ´´economía de pompas de jabón ´´,
que se funda en dinero ficticio. Lo que los consumidores obtienen por su dinero
es una ´´promesa´´ de algún servicio futuro o dividendo (tal como el interés en
una cuenta de ahorro o un pago de seguro). Los directores de las instituciones
de ahorro y préstamo, las compañías de seguros, corredores de bienes y otras
instituciones financieras en realidad no “producen” nada. Más bien manejan el
dinero de otras personas. Una economía de finanzas crea nuevas estructuras de oportunidad para el fraude y
para el robo.
Si la economía de finanzas hizo posible
el desfalco colectivo, la combinación de desregulación y el seguro del ahorro
en las instituciones de ahorro y préstamo lo posibilitaron de igual manera. En
adición a las regulaciones liberadoras de las S&L, la administración Reagan
recortó los fondos para reguladores y promovió la reducción del número de
inspecciones e investigaciones. Por consiguiente el riesgo de que los
desfalcadores colectivos fueran sorprendidos en tratos sospechosos era poco. A
la vez, los incrementos en los seguros de FSLIC reducían los riesgos de los
inversionistas. Antes que emprender negocios con las instituciones más fuertes,
los inversionistas podían arrebatar las más altas tasas de interés, sabiendo
que el gobierno garantizaba su depósito. Con frecuencia las S&L ofrecían
los mejores convenios, causaron una “estampida a las económicas más débiles
financieramente y peor manejadas´´, dando a los desfalcadores colectivos miles
de millones de dólares para hacer el
juego (Christian Science Monitor, 2 de mayo, 1990, p18). Cuando el problema
llegó a la atención pública, era demasiado tarde para impedir una crisis. En
1986, la misma FSLIC se declaró en bancarrota.
En resumen, la crisis del ahorro y del
préstamo nació de una combinación de nuevas oportunidades y controles no estrictos en una ´´economía de
casino´´ sin control, en la cual las ganancias a corto plazo tuvieron más valor
que las inversiones a largo plazo. Así, una nueva forma de desviación
delictuosa había nacido.
EL CRIMEN
ORGANIZADO
El estudio de los crímenes de cuello
blanco y corporativo concierne a las actividades de individuos y de
organizaciones ocupados en lo fundamental
en negocios legítimos. El estudio del crimen organizado trata con organizaciones
que existen principalmente para proporcionar y obtener provecho de bienes y servicios ilegales.
Los grupos del crimen organizado se
especializan de una manera particular en tres tipos de actividades. La primera
y más obvia es la venta de artículos y servicios prohibidos. Las drogas y la
prostitución son ejemplos familiares. La prostitución viola las reglas de la
sociedad ´´respetable´´, pero proporciona un servicio que quiere mucha gente
(incluyendo ciudadanos ´´respetables´´). En este caso, el crimen organizado se
aprovecha de la ambivalencia moral de la sociedad.
Segundo, el crimen organizado
proporciona bienes y servicios en las formas y lugares donde los negocios
legítimos no funcionarían. La usura o concesión de préstamos a tasas de interés
exorbitantes a individuos o negocios que no pueden obtener créditos por los
canales convencionales, es un ejemplo. El contrabando de cigarros con bajo
impuesto de los estados del sur a los estados del norte con alto impuesto para
éstos o las armas automáticas de los estados donde su venta es legal a los
estados en que no lo es, son otros ejemplos.
La tercera área donde negocia el crimen
organizado – tal vez la mayoría de sus negocios- es la de bienes y servicios
legales que proporciona por medios ilegales. Los grupos del crimen controlan la
recolección de basura o el servicio de taxis o limosinas en muchas ciudades
usando la intimidación para eliminar a los competidores. Algunos utilizan también negocios legítimos para
´´lavar´´ (es decir, disfrazar el origen de) las ganancias de las actividades
ilegales.
El término “crimen organizado” evoca
imágenes de las mafias italianas de los años treinta retratadas en incontables
libros y películas. Pero no hay nada intrínsecamente italiano en el crimen
organizado. Existe en alguna forma por todo el mundo (R. Kelly,
1984).. En Estados Unidos algunos miembros de casi cada nueva ola de inmigrantes
han estado involucrados en el crimen organizado por algún tiempo. La gente
negra se compromete en el crimen organizado cuando se encuentran ellos mismos
concentrados en ghettos urbanos y
bloqueados en las carreras profesionales (Ianni, 1974; Abadinsky, 1981). . Por
supuesto que la gran mayoría de inmigrantes de Europa, Asia, Latinoamérica y
los afroamericanos intentan salir de la pobreza por medio de actividades
legales, muchas veces aceptando los trabajos más inferiores de modo que sus
hijos puedan tener vidas mejores. Pero el modelo de ´´sucesión étnica´´ sugiere
que el crimen organizado es, en parte, un producto de los arreglos sociales que
crean un mercado de bienes ilegales altamente riesgosos, pero del mismo modo
provechosos por un lado y de los arreglos sociales que limitan las
oportunidades de algunos grupos para ocuparse en negocios legítimos por el otro
(Block y Chamblis, 1981).
La investigación exitosa y la persecución del
crimen organizado es un proceso intensivo de información a largo plazo.
Mientras que puede ser relativamente fácil capturar y llevar a prisión a ´´los
peces pequeños´´, las figuras principales con frecuencia evaden la ley. La
magnitud de la empresa y el estricto control sobre la información protege a los
jefes, mientras que los intermediarios hacen mucho del ´´trabajo sucio´´ en el
frente. Cuando los jefes van a prisión, por lo general, es por una infracción
menos grave, tal como evasión de impuestos (Edelhertz, Cole y Berk, 1984). . En
este aspecto el crimen organizado es igual a los de cuello blanco y corporativo.
DELITOS SIN VÍCTIMA
Edwin Schur (1965) acuño la categoría delitos sin victima para describir actividades que han sido declaradas ilegales
porque ofenden la moral pública, no porque causen daño directo a alguien.
La prostitución, más la pornografía, actos sexuales ilegales entre adultos anuentes,
la venta y el uso de drogas ilegales, la embriaguez en la vía pública y el
juego ilegal, todo cae dentro de esta categoría. Estos actos son considerados
delitos por que algunos segmentos de la población ven tales conductas como
inmorales, indecentes y peligrosas para la salud pública y el orden social. (No
hay una razón intrínseca por la que los cigarros y el alcohol deban ser legales
y la marihuana y la heroína ilegales, por ejemplo. Todos son peligrosos para la
salud y son formadores potenciales de
adicción). Estos delitos existen también porque otros segmentos de la población
no consideran desviantes estas actividades, creen que el gobierno no tiene
derecho para regular su conducta privada y/o encuentran la desviación ocasional o limitada.
En realidad, tales actividades si tienen víctimas. El usuario de la heroína es
una víctima de su adicción; cualquiera puede ser víctima de un conductor ebrio.
Pero el usuario de heroína que no incurre en el crimen y el bebedor que no
maneja, ni toma la embriaguez como excusa para la violencia, no hieren a nadie más
que a ellos mismos.
Un problema de los delitos sin víctimas
es que crean oportunidades para otros tipos de crímenes. Las leyes contra la conducta personal abren las puertas
para el crimen organizado, como lo demostró en 1920 y 1933 la ley seca en
Estados Unidos. Además, la coacción selectiva puede invitar a la violación de
las libertades civiles por parte de la policía. EL FBI, por ejemplo, ha usado
pruebas de homosexualidad o algún problema de drogas para chantajear a la gente
convirtiéndolas en informadores. Por estas razones, algunos expertos y
elaboradores de políticas creen que la mejor manera de enfrentar los problemas
con drogas, prostitución, juegos y otros ´´delitos sin víctimas´´ seria
despenalizándolos.
EL DELITO EN
ESTADOS UNIDOS
En casi cualquier aspecto que se mida,
Estados Unidos es una de las naciones más violentas del mundo. Según
estadísticas del FBI, en 1992 se cometía un homicidio cada 22 minutos, una
violación cada cinco minutos, un asalto cada 28 segundos. Alrededor de 6 o 7 de cada 1000 estadounidenses fueron víctimas
de crímenes violentos; cinco de cada 100, víctimas de delitos en la propiedad.
¿Por qué son tan altas en Estados Unidos
las tasas criminales, en particular las de crímenes violentos? Para contestar
esta arrejunta la socióloga Rosemary
Gartner (1990) condujo un estudio transcultural. Gartner analizo datos de
18 naciones durante un periodo de 30 años. Encontró que cuatro variables
estructurales sociales se asociaban a las tasas más altas de homicidios. Éstas
incluían:
1-
Tensión económica: medida en función de la
inadecuada o desigual distribución del ingreso.
2-
Desintegración social: medida en función de las
tasas de divorcios y de la diversidad cultural, las cuales pueden debilitar los
lazos del grupo y conducen a la fricción intergrupal.
3-
La demografía: el porcentaje de
adolescentes y jóvenes en la población (los grupos de edades con las tasas
criminales más altas) y el porcentaje de familias con mujeres que trabajan.
4-
El contexto cultural: de una manera específica,
la existencia de violencia aprobada oficialmente, tal como la guerra
reciente o las ejecuciones por parte del
Estado.
Todas estas variables son encontradas en
Estados Unidos: una gran brecha entre los ricos y los pobres, diversidad
cultural, grandes cantidades de gente joven desempleada y no supervisada o
vigilada y una cultura que es permisiva de la violencia.
Para entender si el crimen en Estados
Unidos está aumentando o disminuyendo, primero debemos interpretar las
estadísticas criminales. El Reporte del Crimen Uniformizado –RCU (Uniform Crime
Report) del FBI incluye dos arreglos de datos. Para delitos del ´´Tipo I´´(homicidios,
asaltos con agravantes, violación violenta, robos, robos en domicilios,
raterías y robos en los automóviles), el FBI
registra todos los delitos reportados a/o descubiertos por la policía, así
como los datos de la cantidad de arrestos realizados, la cantidad de casos
enviados a juicio y las características de los arrestados y declarados
convictos. Nótese que solo están incluidos aquellos delitos conocidos por la policía. Si un delito
no es reportado (porque la victima conoce el agresor, teme a las represalias,
teme a la policía o simplemente ya no quiere ser molestada), éste no aparece en
los informes del FBI. Para los delitos de tipo II (crímenes de cuello blanco y
delitos sin víctimas), el FBI registra
solo el número de arrestos. Además,
aquellos crímenes de cuello blanco manejados como casos civiles, no criminales,
no están incluidos.
Adicionalmente al registro de la
cantidad de delitos, el FBI calcula la tasa de éstos en función de los que se
cometen por cada 100 000 habitantes. La distinción entre la cantidad absoluta de delitos y la tasa de delitos es una muy importante.
Supongamos que la tasa para Middletown en 1990 era 5.95. Si Middletown tiene
una población de 100.000, quiere decir que se cometieron alrededor de seis
delitos violentos ese año. Sin embargo, si la población es de dos millones, una
tasa de 5.95 significa que se cometieron 120 delitos violentos.
A causa de que muchos estudios indicaron
que un gran número de delitos no se reportaron a la policía, el Departamento de
Justicia emprendió en 1973 la Encuesta
Nacional de Victimización del Crimen- ENVC (National Crime Victimization Survey).
Este informe anual incluye datos sobre la victimización de una muestra
representativa de cerca de 60 000 familias
estadounidenses. A los encuestados se les pregunto acerca de seis delitos:
asalto, violación forzada, robo, robo en domicilio, ratería y robo de autos. (El
homicidio y los robos a los negocios no están incluidos.) Según esta encuesta,
21 millones de delitos fueron reportados a la policía en 1990.
La diferencia entre los datos del RCU y
la ENVC no significa necesariamente que uno es mejor o más exacto que el otro.
Mejor dicho, miden diferente cosas (Steffensmeier y Harer, 1991). Por ejemplo,
en el RCU cada ´´ incidente de delito´´ es registrado una vez, en función del
delito más grave cometido; en las ENVC, cuando se cometen varios delitos
juntos, todos son reportados. Los encuestados en la ENVC, cuando s acometen
varios delitos juntos, todos son reportados. Los encuestados en la ENVC muchas
veces reportan un número sustancial de delitos triviales que no se molestaron
en reportar a la policía. El RCU es mejor visto como una medida de delitos
graves; la ENVC, como una medida de
delitos grandes y pequeños.
Los datos disponibles muestran que la
tasa total de delitos en Estados Unidos aumentó en forma constante a lo largo
de los años 60 y 70, alcanzo un pico en 1981 y luego empezó a declinar. Las
ENVC registraron 18% menos delitos en los hogares, y 8% menos delitos violentos
en 1990 que en 1981. Los datos RCU por lo general apoyan este modelo de Blumstein,
Cohen Y Rosenfeld, 1991). Muchos criminólogos (por ejemplo, Steffensmeier y
Harer, 1991) creen que esta declinación se debe al envejecimiento de la población
de Estados Unidos: a medida que la gran generación del auge de bebés entra en
edad mediana, la proporción de estadounidenses en edad de propensión al delito
(adolescentes y adultos jóvenes) está disminuyendo.
Aunque la tasa de delitos está declinado,
muchos están de acuerdo en que los niveles de violencia y robos en esta sociedad
inaceptablemente altos ¿qué puede hacerse para controlar el delito?
¿JUSTICIA IGUAL
PARA TODOS?
El sistema de justicia criminal puede
ser visto como un embudo o un filtro. Por una
variedad de razones- algunas prácticas, otras políticas y unas más
sociales- sólo una menuda fracción de los delitos cometidos realmente son castigados.
En general, es más probable que los pobres, los miembros de grupos minoritarios
y los jóvenes sean sujetos a las sanciones formales que los hombres y mujeres acomodadas,
blancos, de edad mediana y de más edad.
El proceso de selección comienza en los ciudadanos
ordinarios. Como se anota antes, solamente cerca de la mitad de los delitos
cometidos se reportan en cualquier tiempo a las autoridades. El proceso de
selección continúa con la policía.
LA POLICÍA
La policía se ve comprometida en el
control social cuando atestiguan un delito, cuando descubren un delito en el curso
de la investigación de otro o cuando un ciudadano privado presenta una queja.
En teoría, la policía es responsable de investigar todos los delito que llegan
para su atención y de arrestar e
interrogar a los sospechosos. En la práctica son selectivos acerca de qué
delitos investigan, a quién arrestarán y qué testimonio darán en la corte. En
algunos casos, la policía no sigue una investigación porque no considera serias
las acusaciones. En otros casos se emprende una investigación que no conduce a nada. La mayoría de los
delitos no son resueltos por medio de los detectives, sino porque la víctima es
capaz de identificar al agresor o porque se presentaron los testigos. De todos
los delitos que se han comentado, sólo una parte son reportados a la policía,
normalmente los delitos violentos más que los delitos en la propiedad terminan
en arrestos.
En los últimos años los cargos por discriminación
racial y por la brutalidad de la policía
hacia las minorías han aumentado. Los motines de 1992 en Los Ángeles y
otras ciudades fueron provocados por la absolución de cuatro agentes de policía
blancos acusados de apalear brutalmente a un automovilista negro (RIdney King).
¿Son justificados estos cargos?
Las pruebas son contradictorias. En un
estudio clásico de la discreción de la policía unos observadores montaron en
carros patrulla en Boston, Chicago y Washington, D.C (Black y Reiss, 1970;
Black, 1980). Encontraron que era mucho más probable que la policía arrestara a
muchachos negros que a blancos y que era mucho más probable que aquéllos fueran
interceptados e interrogados acerca de delitos graves. La mayoría de las quejas
acerca de los muchachos negros provenían de adultos negros de la comunidad,
quienes con más probabilidad que los adultos blancos, exigirían que la policía
hiciera un arresto. Una investigación más reciente ha encontrado que la gente
negra y los latinos están en desventaja
en varios puntos del proceso judicial (Bishop y Frazier, 1987; Humphrey y
Fogarty, 1987; Mieth y Moore, 1986; Zatz, 1984), pero este modelo no es uniforme
ni está siempre presente. Más bien parece depender de factores tales como el
lugar del delito (el ghetto o los
suburbios) y la composición social de la
comunidad (étnica o racialmente mezclada u homogénea) (Frazier, Bishop y Henretta,
1992). Es más probable que los afroamericanos y otras minorías estén en
desventaja cuando la víctima o las víctimas identificadas de un crimen son blancas,
cuando el crimen ocurre en los suburbios y en comunidades donde predominan los
blancos.
LAS CORTES
Las cortes se involucran en el control
social cuando la policía hace un arresto. Las cortes son responsables de hacer
los cargos a los sospechosos, presentarlos a juicio y determinar las sentencias
para aquellos que resultan convictos. Sin embargo, sólo una fracción de los
sospechosos arrestados son presentados a juicio.
Como representante del Estado, el fiscal
es quien decide si enjuicia un caso y qué cargos perseguir. En algunos casos
los cargos son retirados porque el fiscal cree que la prueba es insuficiente.
En otros el acusado renuncia al derecho a un juicio y conviene en confesarse
culpable de un cargo menor o la promesa
de indulgencia, esto se conoce como
negociación. Los estimados son que
el 90% de las condenas judiciales en
estas cortes son resultado de alegatos (Boland
y Brady, 1985). Dada la sobrecarga de casos en este sistema judicial la
negociación viene a ser una necesidad práctica. Pero ello mina la presunción de
inocencia garantizada por la Constitución de EUA. Los casos que con más
probabilidad van a juicio son aquellos que han Atraído la atención pública y
los que el fiscal espera ganar. Muchos fiscales son funcionarios electos que
pueden ver sus cargos en la corte como una forma de promover sus carreras
políticas. Como resultado, muchos prefieren no arriesgarse a perder un caso en público.
El proceso de selección continúa en el tribunal.
Las cortes de EUA operan como un sistema de adversarios, en el cual el Estado y
el acusado se traban en un debate público ante un juez o jurado imparcial
(Eitzen y Baca Zinn, 1992). Para que este sistema sea justo, los dos adversarios
tendrían que ser iguales en habilidades y recursos. Pero es obvio que el Estado
tiene más recursos que el acusado, particularmente si el acusado es pobre y debe
aceptar un abogado defensor de oficio y permanecer en la cárcel mientras se
inicia el juicio. No sorprende que alrededor de nueve de cada diez acusados en
juicios criminales sean encontrados culpables (Eitzen y Baca Zinn, 1992, p. 506).
LAS PRISIONES
Como agentes de control social las
prisiones oficiales están encargadas de una serie de responsabilidades, que
incluyen la protección del público al mantener a los delincuentes tras las
rejas, mantener el orden dentro de las prisiones y proteger a los convictos unos de otros.
Originalmente las prisiones se planearon para exigir una pena justa, para que
los presos fueran castigados con la pérdida de su libertad y autonomía, con la
separación de su familia y amigos, con celibato involuntario y con la suspensión
de otros derechos. En años recientes también se ha acudido a las prisiones para
rehabilitar o reformar a los presos proporcionándoles educación, capacitación
para el trabajo, terapia y otros tipos de resocialización.
Cualquier día millones de estadounidenses
son confinados a las prisiones, cárceles o centros de detención. Quizá la mitad
de todas estas personas no ha sido convicta de crímenes. Cuatro de cada cinco
de aquellos que esperan juicio son elegibles para fianza pero no han sido
capaces de reunir el dinero. Así, la población de las prisiones es en parte el
resultado de la selección económica.
UNA EVALUACION
DEL SISTEMA DE JUSTICIA
¿Funciona realmente el sistema de
justicia de EUA? La respuesta depende en parte de lo que se desea que haga el
sistema.
LA CUESTIÓN DE
LA DISUASIÓN
La disuasión
se refiere a usar las sanciones del
estado para inhibir o reducir la actividad criminal. Disuasión específica significa, usar castigos para convencer a
individuos específicos de no cometer el mismo delito o delitos otra vez; disuasión general significa reducir los
deseos de cometer delitos por las personas en general, penalizando a ciertos
agresores. En uno u otro caso la razón fundamental para el arresto y la prisión
es prevenir delitos futuros, no para exigir venganza o ´´pago´´ por delitos
pasados. (Véase el artículo: disuadiendo la delincuencia juvenil: ¿jóvenes
´´rectos por miedo´´ o siempre rectos?).
El modelo de disuasión de la justicia
criminal descansa en la aceptación de que los seres humanos son criaturas
racionales, quienes se detienen antes de
actuar a calcular los costos y los beneficios relativos a un cierto
proceder. Esto puede ser real para los
delitos ´´instrumentales´´ como robo a domicilios o el desfalco. Existen pruebas
(Klepper y Nagin, 1989) de que las sanciones criminales son más efectivas
contra los crímenes de cuello blanco, tales como la evasión de impuestos y la
especulación en la bolsa y contra el crimen corporativo, como en el escándalo
de los ahorros y los préstamos. Los delincuentes potenciales de cuello blanco
tienen más qué perder que los
´´delincuentes comunes´´, no sólo financieramente, sino también en función de
su respetabilidad y posición en la comunidad.
Parece dudoso que el cálculo
racional juegue un papel importante en los “crímenes emocionales”, tales como
el asalto o el homicidio cometido en una explosión de ira. Muchos, si no la
mayoría, de los crímenes violentos son impulsivos. Además, muchos agresores
convencionales (o criminales callejeros) pueden calcular que, dadas sus
limitadas oportunidades educacionales y de trabajo, tienen poco que perder. En
realidad el riesgo y la excitación pueden pesar más que los posibles costos.
Un agresor describió su
primer asalto: ´´estaba asustado, pero
fue emocionante. Ya sabes, toda la cosa, estaba asustado y emocionado. Yo sabía,
tú sabes, que tenía mitad y mitad de
oportunidad de escapar o de que me agarraran. Pero supuse que era el riesgo que
iba a tomar. Yo quería el dinero´´. (Conklin, 1992, p.439).
En efecto, las probabilidades
de este hombre de ser capturado eran mucho menores de las que calculó: como de
una en ocho, no una en dos. Pero corrió el riesgo de todas maneras.
Los líderes políticos a veces
declaran que la razón de que el sistema de justicia criminal no consigue disuadir
la delincuencia es que las penas no son excesivas o suficientemente inmediatas,
que no hay suficiente policía en las calles o que la policía está muy
restringida. En general, la investigación muestra que ni la severidad, ni la
prontitud del castigo tienen mucho efecto en la tasa de delitos: en forma
similar, el número de policías en las calles o en carros de patrulla, la
frecuencia con la cual hacen los arrestos o lo apropiado de sus tácticas tiene
poco efecto (Conklin, 1992). Sin
embargo, hay alguna prueba indirecta de que la certidumbre del castigo tiene un impacto. Desde la caída de los
gobiernos comunistas en Europa del Este
y en la ex Unión Soviética, la tasa de delitos ha aumentado tanto como 25% (Greenhouse, 1990). En apariencia los
viejos estados policiacos en estos países
fueron eficaces en suprimir el delito así como las libertades civiles (si uno
no cuenta como delitos las agresiones cometidas por los funcionarios del
gobierno).
Algunos sociólogos argumentan
que estar en prisión sirve más para promover que para prevenir el delito. En la
prisión el individuo está expuesto a una subcultura criminal que proporciona el
fundamento para las actividades ilegales, el prisionero es también educado dentro
de las ´´nuevas´´ técnicas para cometer delitos (recuerden la teoría de la
Asociación Diferencial de Sutherland). Además, a causa de la etiqueta de ex
convicto una persona puede tener dificultad para encontrar trabajo legítimo
cuando sea liberado (llevándolo a la desviación secundaria). La prueba de esta
opinión, sin embargo, es débil. Es más probable que los individuos que han
cumplido sentencias en prisión regresen
a ella por segunda y tercera vez que aquellos que obtuvieron libertad condicional.
Pero esto puede ser porque es más probable que los jueces den a los
delincuentes con alto riesgo con largos antecedentes sentencias de prisión,
y los delincuentes de bajo riesgo
libertad condicional (no a causa de sus experiencias en prisión). En resumen,
no hay prueba sólida de que la prisión sea o no un disuasivo.
LA PENA CAPITAL
La pena máxima
es, por supuesto, la muerte. En 1972, la Suprema Corte de Estados Unidos falló
la sentencia de muerte como anticonstitucional con el fundamento de que avía
sido aplicada selectivamente y por lo tanto constituía un castigo “cruel e
inusual” (Furman v. Georgia). Esta decisión estaba fundamentada en parte en
daros sociológicos que demostraban que era mucho más probable que se le diera
pena de muerte a la gente negra que a la
blanca, de manera especial cuando el delito era violación y la victima blanca.
Desde 1972, 36 estos han aprobado leyes que permiten la pena de muerte en casos
específicos (tales como homicidio de un agente de la policía o un crimen
premeditado), y la Suprema Corte ha decidido que las leyes con normas claras para la pena de muerte son
constitucionales (Gregg v. Georgia). Sin embargo, el modelo de la diferencia
racial persiste: aunque los afroamericanos componen solo 10% de la población en
el mes de mayo de 1990, hubo casi tantos prisioneros negros (946) como blancos (1
180) en la “fila de la muerte” (Gallup
Poll Monthly, 1991).
Hay mucha
discusión sobre si la pena capital reduce la tasa de homicidio y otros delitos
violentos (Hook y Khan, 1989). Por un
lado están aquellos que alegan que la pena de muerte actúa como el disuasivo fundamental
(por ejemplo, Stack, 1990). Otros alegan
que la pena capital tiene un “efecto de brutalización” (King, 1978; Lempert,
1983). Según esta opinión, las ejecuciones por parte del Estado pueden
estimular a las personas inestables que sienten que han sido malas a tomar el
asunto como suyo. En sus mentes una ejecución por el Estado legitima el justo
castigo personal. Pero varios estudios recientes encuentran poco apoyo para
cualquiera de los argumentos de disuasión o de brutalizarían (por ejemplo,
Bailey, 1990).
Algunos alegan
que la razón de que la pena capital tenga tan poco impacto es porque las
ejecuciones son y muy raras. La mayoría
de los asesinos convictos no son sentenciados a muerte y la mayoría de quienes
están sentenciados a muerte no han sido ejecutados. Entre 1977 y 1988, el FBI
registro 245 075 casos de homicidio y asesinatos premeditados de hombres y
llevaron a cabo 239 075 arrestos. De estos, 3 477 fueron sentenciados a muerte.
Alrededor de un tercio fueron apartados de la fila de la muerte por
apelaciones, nuevas sentencias, conmutaciones o por muerte natural. Casi dos
tercios están esperando aún en la fila. Fueron ejecutados 104 (Departamento de
Justicia de EUA, 1989).
Esto parece ser
un caso donde la política pública y la
opinión pública no llevan el paso. Las encuestas de Gallup (1991) encuentran
que tres cuartos de los estadounidenses
(76%) están a favor de la pena de muerte en algunos casos. A su vez,
muchos encuestados dijeron que creen que la pena de muerte es aplicada
injustamente a la gente pobre y a las minorías. La razón principal de aquellos
que se declaran a favor de la pena de muerte no es la disuasión, sino el justo
castigo: “ojo por ojo”, una vida por otra. La práctica de la pena de muerte
difiere entonces con respeto a la opinión pública, porque lo que quieren los
ciudadanos va en contra de la décima cuarta enmienda de la Constitución. Esta
enmienda da derecho a todos a igual protección por parte de la ley. Pero la
gente también quiere que la pena de muerte sea empleada con un fin justiciero y
sólo selectivamente. Y es ese empleo desigual y selectivo de la pena de muerte
lo que la Suprema Corte tiende a encontrar como anticonstitucional.
DISUADIENDO
LA DELINCUENCIA JUVENIL: ¿JÓVENES ´´RECTOS POR MIEDO´´ O SIEMPRE RECTOS?
Los documentales Scared Straight (Rectos por miedo)
ganador del Premio de la Academia se fundamentó en un programa de Nueva Jersey
planeado para asustar a jóvenes que pudieran estar encaminados a una vida
criminal (Lundman, 1993). La película mostraba una sesión de confrontación
intensiva entre 17 hombres jóvenes descritos como “delincuentes crónicos”, con
adultos internos que purgaban sentencias largas o de cadena perpetua en la
Prisión Estatal de Rahhway en Nueva Jersey. Los internos contaban relatos
vividos de privación y peligro en una prisión de máxima seguridad, vil, sucia y
sobrepoblada donde el asalto, la violación y el crimen eran comunes. Para dar a
los jóvenes una ´´probadita´´ de cómo es en realidad la vida en prisión, los internos gritaban
obscenidades y sometían a los jóvenes
con insultos y amenazas de daño físico y abuso sexual. Su lenguaje era tan gráfico
que algunas estaciones de televisión rehusaron transmitir el programa. Los
realizadores de Scared Straight declararon
que el 90% de los jóvenes que participaron en el programa no se habían metido
en problemas nuevamente: una proporción de éxito ´´no igualada por los métodos
de rehabilitación tradicionales´´. Poco después que se exhibió esta película,
un cierto de estados y ciudades se apresuraron a instituir programas similares
en sus áreas.
Sin embargo cuando los
sociólogos examinaron éste y otros programas similares surgió un cuadro
diferente. La declaración del éxito fenomenal de los productores de la película
se fundamentaba en el hecho de que de los 17 jóvenes que aparecieron en la
película, solo uno había tenido problemas con posterioridad. Pero una
indagación adicional reveló que estos jóvenes provenían de un pequeño suburbio
de clase media y que no tenían antecedentes de delincuencia previos a la
película. ´´Eran rectos aun antes de ser asustados´´ (Lundman, 1993, p. 153). Aunque se sabe poco acerca de otros
13 000 jóvenes que participaron en el programa
de Nueva Jersey, los datos disponibles
sugiere que la mayoría no tenía antecedentes de delincuencia seria o usual. Las vistas a
la prisión fueron usadas con más frecuencia
como una experiencia educativa que como parte de un programa de
rehabilitación.
James Finckenauer
(1982) condujo el primer estudio sistemático del Programa de Conscientización Juvenil
de Nueva Jersey, comparando un
grupo experimental de jóvenes que
efectuaron la visita a la prisión con un
grupo de control que no la hizo. Finckenauer no encontró diferencia en las
percepciones de la severidad del castigo entre los dos grupos. El programa no
sólo fracaso en disuadir la delincuencia, sino que pareció alentar el delito;
41.3% del grupo experimental cometió una nueva falta en los seis meses
siguientes a la confrontación con los internos. Dos réplicas de este estudio - uno que examinaba Delincuentes Juveniles de Michigan conocen la
verdad (JOLT, Michigan’s Juvenile Offenders
Learn Truth), el otro Programa de Prevención del Crimen
Juvenil de los Internos de Virginia (Virginia’s Insiders Juvenile Crime
Prevention Program), no encontraron diferencia significativa entre el grupo
experimental y el de control.
Como resultado
de estas investigaciones sociólogas las sesiones de confrontación entre jóvenes y presidiarios fueron
detenidas. En su lugar, un número de prisiones sostienen “seminarios” en los
cuales un pequeño número de internos se
reúnen con estudiantes y maestros y describen su vida en prisión, dicen por qué
fueron enviados a la cárcel y platican acerca de lo que podrían haber hecho
para quedarse fuera del problema.
APORTACIONES TEÓRICAS RECIENTES
El surgimiento del realismo de izquierda
Dentro de la
criminología británica, surgió a mediados de los años 80 una nueva corriente
introducida por un grupo de criminólogos de orientación marxista (Jock Young,
Roger Matthews y John Lea, todos ellos de la Universidad de Middlesex), a la
que se denominó “realismo de izquierda”. Estos autores habían constatado que en
los últimos años se había dado un aumento de la incidencia de actividades
delictivas, en particular en las zonas urbanas y trataron de conceptualizar el
problema en lo que denominaron el “cuadrado” del delito, que tiene cuatro
ángulos o dimensiones: el estado, los mecanismos de control informal, los
delincuentes y las víctimas. Según los realistas de izquierda, para entender la
conducta delictiva hay que tener en cuenta estas cuatro dimensiones. Los datos
con los que trabajaron estos autores mostraron un hecho particularmente
relevante: que la mayor parte de las víctimas pertenecen a la clase obrera, son
pobres o pertenecen a una minoría étnica. Más interesante quizá: la
probabilidad de que un trabajador no cualificado sea víctima de un delito es el
doble que en el caso del resto de los trabajadores. Así, si
bien es cierto que son los sectores más desfavorecidos los que más delitos
cometen, ellos son también las principales víctimas. La delincuencia, según estos autores, es el
resultado de profundas desigualdades estructurales. Por decirlo en otras
palabras: hay delincuencia cuando surge un sentimiento de privación relativa
(esto es, cuando los que tienen pocos
recursos comparan con los que más
recursos tienen), y cuando hay
marginación. Si este es el diagnóstico, la solución es simple: una mayor
justicia social, cambios fundamentales en el funcionamiento de la economía, una
mejora de las políticas penitenciarias, mejores equipamientos en los barrios
marginales, etc.
La delincuencia en contexto
Lo que pretenden
los realistas de izquierda es evitar la simplificación analítica y prestar
atención a los contextos específicos en los cuales se desarrolla la conducta
delictiva. Las configuraciones específicas de la delincuencia, sus causas y los
mecanismos sociales de control, varían entre países y sociedades a lo largo del
tiempo. En todo el mundo surgen nuevas pautas delictivas. Ian Taylor, por
ejemplo, argumenta que el giro hacia una sociedad
de mercado impulsado por Thatcher y Reagan no solamente ha producido
delitos más violentos, sino también castigos y respuestas sociales más
brutales. (Taylor, 1999). Taylor afirma que hay que tener en cuenta varias
transiciones sociales para entender las nuevas pautas del delito, incluidos:
-
La
crisis de empleo: nuevas pautas de trabajo han producido más
precariedad, menos empleo y bajos sueldos. Esto genera un contexto en el cual a
muchos jóvenes les sale más rentable la delincuencia que el empleo legal.
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La crisis
de la pobreza y la desigualdad social: mientras que la
mayoría de los países en general están experimentando cierta prosperidad, la
desigualdad está en aumento. La marginalización de colectivos de personas
facilita la delincuencia.
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El
miedo al delito y al “otro”: aparentemente el mundo es un lugar
peligroso; existe mucho miedo de ser víctima de algún delito e impera una
“mentalidad fortaleza”. Esta sensación de inseguridad hace que las personas no
respondan racionalmente ante el problema del delito.
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Otros
factores que deben tenerse en cuenta incluyen la crisis de la
familia y de la cultura en general.
El surgimiento de una criminología feminista y de
género
Resulta
irónico que la sociología del conflicto haya ignorado durante tanto tiempo la
cuestión del género. Si tal como sugiere la teoría del conflicto, la causa
principal de la delincuencia es la desigualdad social ¿cómo es que las mujeres
cometen muchos menos delitos que los hombres?
Hasta
los años 70, el campo de estudio sobre la delincuencia y la desviación era
territorio masculino. Ciertamente, también la conducta delictiva era
mayoritariamente masculina. Pero la obra pionera de Carol Smart, Women, Crime and
Criminology, publicada en 1976, cambió para siempre el campo de la
criminología. La tesis central del libro es que la mujer ha sido
tradicionalmente ignorada en las investigaciones en este campo. Pero cuando no
lo ha sido y se ha hecho alguna
referencia a la mujer, el autor, generalmente, no ha podido evitar hacerlo de
forma sexista, cuando no abiertamente misógina. Por poner un ejemplo, Otto
Pollock mantenía que, en realidad, las
mujeres cometen más delitos que los hombres, pero como suelen ser más aviesas y
taimadas, consiguen escaparse con más facilidad del brazo de la justicia
(Pollock, 1950).
Se
puede argumentar por ejemplo que la teoría de Merton tiene un sesgo sexista,
pues según él, el éxito económico es un objetivo cultural dominante. Puede que
así lo fuera en Estados Unidos en los años en que Merton desarrolló su teoría, con
respecto a la población masculina no a la femenina, pues los objetivos
culturales con los que se medía el éxito o el fracaso de una mujer eran otros:
el matrimonio y la maternidad (Leonard, 1982). Tanto es así, que aún mucha
gente (hombres y mujeres) sigue considerando que las mujeres que no se casan
(“las solteronas” es la etiqueta más frecuente) o no tienen hijos, han
fracasado (Hutter y Williams, 1981; Smart, 1984; Richardson, 1993).
Dentro
del enfoque del interaccionismo simbólico, la teoría del etiquetaje deja quizá
un margen mayor de juego para introducir la perspectiva de género. En la medida
en que en nuestra sociedad se juzga la conducta de hombres y mujeres según
estándares distintos, se puede estudiar en qué casos el mismo tipo de conducta
recibe etiquetas o calificativos opuestos si quien la comete es un hombre o una
mujer (el hombre que tiene muchas compañeras sexuales es un “varón” pero si se
trata de una mujer el calificativo no es nada envidiable ni elogioso). Además
dada la posición subordinada que ha
tenido y sigue teniendo la mujer en nuestra sociedad, se puede investigar cómo
se reproduce esta relación de subordinación en distintos contextos sociales y
qué tipo de conductas emplean los
hombres para reafirmar su posición dominante. Pegar a la mujer o
acosar sexualmente a la secretaria, por ejemplo, eran conductas que, hasta hace
muy poco tiempo, no se consideraban ilícitas.
Pero
las criminólogas feministas, no solo se han limitado a revisar críticamente las
teorías dominantes hasta entonces en este campo de investigación. Al introducir
la perspectiva de género, han desarrollado toda una nueva agenda de
investigación. Como el sentimiento de indefensión o el miedo a ser víctima de
un delito que tienen algunas mujeres; el aumento de la violencia doméstica o el
papel que juega el género en los procesos de control social.
Por
último, hay que examinar el trato diferente que reciben las mujeres por
parte de las instituciones policiales o
judiciales, pues (así lo han señalado algunas autoras) si frente a la policía y
los tribunales, los hombres reciben un trato más profesional, las mujeres
suelen recibir un trato más displicente o paternalista (cuando no burlón). Al
fin y al cabo, en la cultura occidental
(y en la tradición científica), si el hombre puede ser un criminal, la
mujer tiene más probabilidades de ser una enajenada o sufrir un trastorno
mental. Son cuestiones de este tipo, a las que apenas se había prestado
atención, las que ha sacado a la luz la criminología feminista. (Busfield,
1997).
Para
terminar, otra contribución importante de la criminología feminista ha sido la
de estimular la investigación acerca de la relación entre la violencia y la
conducta delictiva o criminal. Si es cierto que los hombres cometen más delitos
que las mujeres, merece la pena investigar a fondo, si existe alguna relación
entre determinadas formas de masculinidad y determinadas formas de
delincuencia.
La masculinidad y el delito
Pensándolo
bien, el delito suele asociarse más a los hombres, parece ser territorio masculino.
Ciertamente, también la conducta delictiva es mayoritariamente masculina. Las
estadísticas oficiales muestran una y otra vez que los hombres cometen más
delitos que las mujeres. Como ha observado Richard Collier, “la mayoría de los
delitos serían inconcebibles sin la presencia de los hombres” (Collier, 1998;
Jefferson, 1997). Si se miran las estadísticas judiciales o penitenciarias, la
población masculina predomina sobre la femenina. Hasta cierto punto, estos
datos pueden justificar que los estudios e investigaciones sobre delincuencia
se hayan centrado en el comportamiento de la población masculina.
Ahora
bien, esos mismos datos sugieren preguntas interesantes. Si es cierto que los
hombres cometen más delitos que las mujeres, ¿qué explicación tiene esto? ¿qué
tipo de relación hay entre género y delincuencia? Al menos se debe considerar
la probabilidad de que exista una relación importante entre género y
delincuencia. No se está sugiriendo que
todos los hombres son delincuentes y todas las mujeres no lo sean, pero sí se
sugiere que existe ciertas manifestaciones de masculinidad que hacen más
probable que un hombre cometa un delito.
Se necesita encontrar una explicación para el fenómeno de la
masculinidad de la delincuencia. Al
plantear esta cuestión, surgen nuevos problema y preguntas.
En
todas las sociedades ha habido y sigue habiendo mecanismos de control social
(formal e informal) sobre la conducta. Pero los mecanismos empleados para el
controlar la conducta de las mujeres han sido, generalmente, mucho más expeditivos. Para
empezar, en muchas sociedades la mujer se ha tenido que desenvolver en la esfera
del hogar, sometida a la tutela de un varón y al margen de la vida pública.
Incluso en la Europa de nuestros días muchas mujeres tienen dificultades para
incorporarse al mercado de trabajo, a la política o a otras muchas más
actividades públicas que siguen siendo dominadas por los hombres.
En
muchos lugares de Europa, las mujeres no son bienvenidas en los bares; siguen
siendo del dominio masculino. Fuera de Europa las restricciones son aún
mayores. En Arabia Saudí, por ejemplo, a
las mujeres les está prohibido votar o incluso conducir un coche. En Irán, las
mujeres que llevan el pelo suelto o usan maquillaje pueden ser azotadas.
James
Messerschmidt (1993) en Estados Unidos, Tony Jefferson (1993) en el Reino Unido
y otros han comenzado a investigar el papel que desempeña la masculinidad en la
delincuencia.