EL HUMANISMO
Por: Hernán Mejía Velásquez
El avance y el acelerado desarrollo de la
ciencia y la tecnología durante este siglo XX y particularmente de mediados del
siglo hasta el presente, ha provocado una “revolución” en todos los órdenes de
la vida humana, pues ha transformado todos los sistemas que estructuran la vida
de los pueblos y las sociedades: el político, el económico, el cultural, el
físico, el espiritual, el ético, etc., y por consiguiente los subsistemas en
que aquellos se descomponen o con los que tienen relación.
El beneficio, a las claras, está en el progreso
de la ciencia y la tecnología del cual derivan las prolíficas respuestas y
aplicaciones cuyo inventario es enormemente extenso y de todos conocido lo que
ha hecho más confortable, más cómoda, más fácil, la vida y las rutinas de los
hombres: en el hogar, en el trasporte, el comercio, la comunicación, la
industria, el trabajo, etc.
Todo lo bueno y más positivo de ese progreso y
desarrollo, tiene sin embargo un costo, a veces muy alto, que toca con los
valores, la dignidad humana, la amenaza para el medio ambiente, la complicación
de las interacciones (en su respectivo incremento en las presiones y en las
tensiones) y el comprometido futuro por la evolución de las relaciones
políticas planetarias, que involucran un orden internacional injusto, un
predominio deshumanizado de los intereses económicos y un poderío armamentístico
y militar incalculable.
La reacción de las nuevas generaciones y la
adaptación a los cambios, ha generado una mutación ideológica y espiritual en
la que difícilmente se conservan en pie los valores y las normas que
tradicionalmente amalgamaron la sociedad y que al menos en apariencia o en
forma, no son eficientes ni suficientes, sin que, por el momento, se vea clara
la aparición de otras nuevas.
Uno de los sistemas más preocupantes, es el
desdén por todo aquello que involucra el conocimiento y la comprensión de la
historia humana, no tanto por el afán erudito de dar cuenta al detalle de los
acontecimientos y logros (científicos, políticos, militares, artísticos, etc.)
del pasado, sino por el significado que se puede con este conocimiento
alcanzar, contribuir acertadamente a dar forma al presente y proyectar el
porvenir con optimismo.
Es necesario a nuestro parecer, aclarar la idea
e lo que encierra el Humanismo para desencasillarlo, si es el caso, o para
evitar el encasillarlo nuevamente si queremos que tome un viraje vital e
importante para nuestro que-hacer universitario.
El primer error consiste en que en la práctica
se ha identificado el humanismo con un cuerpo de conocimientos diferentes y en
parte rivales, a los conocimientos de la ciencia y la investigación
tecnológica, a los conocimientos de la ciencia y la investigación tecnológica,
vistos, de un modo positivista, no solo como dudosos (los saberes humanistas)
por su estatuto científico, sino hasta cierto punto inútiles y vacíos, al
querer compararlos con el punto concreto y pragmático de los otros saberes
llamados científicos. Sus discursos y
sus reflexiones son “carreta” como usualmente los llama el estudiante, que no
hace otra cosa que reflejar el carácter relegado y de escasa importancia que le
dan las instituciones educativas. Así lo
expresa con toda claridad María Cecilia Posada: “Más, habrá algunas
instituciones que se levanten para argumentar que en sus currículos sigue
existiendo una espacio para las humanidades, conscientes de que son también
necesarias para la formación del buen profesional. Aquí, sin embargo, el problema radica, por
una parte, en el punto secundario que estas cátedras ocupan; para los
estudiantes no pasan de ser un “relleno” sin interés ni importancia y todo el
ambiente universitario profesionalizante, así lo conforma”.
Humanismo no es tampoco aquella “cultura
general” erudita de la que hablan muchas personas. Es ante todo y antes que nada “una posición
vital y concreta del hombre frente a sí mismo”.
Como posición vital, ésta no puede estar basada
en conceptos improvisados, de moda, facilistas, ni por conveniencia o
apariencia. Su arraigo que tenga por
centro al hombre y sus transformaciones históricas y esto, sólo puede brindarlo
una EDUCACIÓN, cuyo objetivo y meta sea el hombre mismo. Para clasificar ésta prioridad veamos la
anotación que hace Eduardo Santa: “Desde los griegos presocráticos, desde los
sofistas mismos, la educación hacia relación a dos fenómenos diferentes, aunque
correlativos: el primero, el esencial, el básico, era la formación del hombre,
la formación del carácter, la transmisión de una serie de valores éticos con
los cuales, a juicio de los rectores de la época, debía realizarse el hombre y
ser persona útil a la sociedad y apto por consiguiente para la
convivencia. Y el segundo, menos
importante que el primero, hacía relación a la transmisión de conocimientos
técnicos, científicos, pragmáticos, que hacían de ese hombre ético y moral, un
ser económico y socialmente útil”.
El hombre posee desde su nacimiento un
potencial infinito en posibilidades.
Dotado para la inteligencia, la imaginación, la sensibilidad, la
voluntad, etc., se convierte, en la medida en que sepa darles forma a esas
capacidades, habilidades y destrezas, en un ser versátil y polifacético, que
puede, claro está, especialmente en una y otra actividad manual, intelectual o
espiritual, sin que por ello quede cerrado o negado a otras posibilidades. En su complejidad, el hombre, a diferencia
del animal, que está dotado por naturaleza para el desarrollo de sus funciones
vitales y orgánicas, en un ordenamiento determinado, y cuya evolución no es ni
ha sido voluntaria, el hombre repito, crea sus propias opiniones y elige
alternativas buscando obtener ventajas, en lo cual pueda salir bien o mal librado,
pero siempre tiene opción de corregir y enmendar.
La diferencia a que hacemos relación, se hace
más abismal cuando interviene la educación humana.
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